BCCCAP00000000000000000000550

insatisfecha, triste, murmuradora y envidiosa. Los americanos nos conocen muy bien. No hacen poco con aceptarnos, porque lo harían con cualquiera; pero además es que debemos de tener algunos facetas que les seducen extrañamente.» -¿Cuáles, por ejemplo? «Por ejemplo, esa misma tor– tuosidad de nuestros sentimientos, en el fondo, místicos y muy desesperadamente humanos. Somos una raza triste (Y ¡dale con lo de raza triste!). Y esos sudamericanos son el peor resultado de una aventura española, irrespetuosa por indiscriminadora con las gentes aborígenes de América. Sin embargo, España, en medio de todo, es otra cosa.» Naturalmente que no comparto este criterio específico y racial. Pero ahí lo hago constar, como un reacción también típicamente nacional entre los nuestros. Mas he aquí que tampoco los mismos americanos se me muestran demasiado partidarios de sí mismos, ni de sus cosas. He aquí juicios de algunos de ellos: Un norteamericano, casado con una alemana: «No tenemos arte ni historia, y la gente lee muy poco.» Otro norteamericano, profesor de lenguas: «Nuestro cine, el americano, cree que somos idiotas, y por lo visto, hacemos todo lo posible por demostrarlo. El público ya se va dando un poco cuenta de ello con respecto a ese cine. Pero cae en otra cosa más idiota, que es la televisión.» Un tercer norteamericano, éste muy hecho en París, donde dice que vivió ocho años: «Oh, París, ciudad mucho más limpia, de mejor gusto y de más estilo, y sobre todo, es una ciudad más con– forme a la medida del hombre. No como este colosal y destartalado Nueva York.» Un americano más, entusiasta de Hemingway: «Comprendo la ad– miración de Hemingway por España. Fuerza, color, sinceridad y variedad de sentimientos, de pasiones y de regiones.» Otro norteamericano, profesor de Filosofía, al único a quien he oído hablar de la política de su país: «Nos gustan las paradas y los espectáculos circenses de las elecciones. Uno de esos puestos es magnífica ocasión de llenarse los bolsillos. Es un espectáculo in– honesto y vulgar.» Todos estos señores son profesores. No ponen demasiado interés ni crítica en lo que me dicen. Lo dan por supuesto y acaso como uno de los elementos con que hay que contar en la vida americana. Pero la mayoría de la gente ni habla así, juzgándose a sí misma, ni da la impresión de que se consideren dignos de crítica. Se ofrecen como un -pueblo bien asentado e indiscutible, dentro de la admisión de que todo es discutible. Lo peor que se puede hacer en cualquier círculo o reunión de gente americana de cierta educación-me comentaba otro español-es prac– ticar nuestra hispana costumbre de cotillear o sobre todo de murmurar y sacar a relucir defectos de alguien. Se crea inmediatamente un ambiente glacial que le avergüenza al murmuador como si pensaran de él: «Vaya per– sonaje éste que pone así a sus conocidos, amigos y colaboradores.» Pero yo creo que ni eso piensan. Sencillamente, les sabe mal. No he visto todavía una conversación violenta ni ademanes que indi– quen demasiada trastienda o intención. Los accidentes automovilísticos 7ll

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz