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duras de luz, y los triunfos del pensamiento y la actividad de la ciudad y de los cielos. Solo el espíritu da vida: la carne sola no aprovecha. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y vida. Por eso mismo, sobre los libros penden dos corazones que muestran sus poseedores: Jesús y María. El letrero recuerda la invitación del Sefíor: «Tomad y comed: Esto es mi cuer– po. Los horizontes se pierden en la lontananza de los campos levemente oscilantes de la Abadía. En las chabolas penden ropas de trabajo y aseo y herramientas como en el mejor sureste: oración, estudio y via espiritual son la misma cosa: acción para contemplar, oír el sonido del mundo y el compás de Dios en el universo, y en el corazón de cada hombre y de mujer de este país, solo con detectar con el pie humano su sitio en el planeta. Las manufacturas, dulces, quesos; todas las exquisiteces de los monjes de la Trapa, se esparcen y se gozan en mercados y hogares de la Unión. Dios es mi vida. Cuando vinieron aquí, buscaban conocer cómo el hombre podría dar su vida a Dios. La verdad es que vacilaron mucho y sufrieron mucho los de Nuestra Sefíora de Getsemaní, tanto por su anécdota persnal, como por la suerte y proceso de la abadía. No faltaron quienes nos pronosticaron lo peor. El amor de Dios sobresalta a muchos amores. Y El que deja casa, hermanos, hermanas, esposa e hijos, tierras por mi causa, recibirá ciento por uno y poseerá la vida eterna. El amor de Dios sigue bendiciendo los amores todos. Y, de paso, el amor, todo amor, amorosamente el amor, cuyo Dios rige el espíritu y la vida, sigue poniendo en todo orden, profundidad, superficie y elegancia. El monje camina soberano y sencillo, simple y lúcido en su claustro. Sigue siendo un hombre... Lo que yo ví era de Dios. Sobre la colina resplandece la estatua de un hombre; un hombre llamado José. Está solo, con el Niño en sus brazos. No intentéis para vosotros tesoros en la tierra donde el orín y la polilla consumen y donde los ladrones quebrantan la casa y roban. Sino procurad para vosotros mismos tesoros en el cielo, donde ni el orín ni la polilla con- 756

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