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«la depresión o recesión de la vida espiritual monasterial y mística ha venido desapareciendo y ya no existe el problema de si los monasterios van a desaparecer, sino la cuestión es cuál y cómo ha de ser el papel que les corresponde desempeñar en el futuro». Tanto en el ambiente laica! co;no en el regular y eclesiástico los movimientos contemplativos y carismáticos cunden en todas las confesiones, especialmente entre los católicos, incluida su jerar– quía. El curioso tardío turista se reconoce obligado a reintegrarse a sí mismo al contacto con el mundo de la religiosidad cristiana más osada, evidente y testimonial, si nos atenernos a valores y signos visibles. Y piensa en el espíritu de la abadía de Ntra. Señora de Getsernaní, de monjes trapenses, vivida largos años y expresada por uno de sus miembros más conocidos en Estados Unidos, que fue a morir camino de Indochina y el Tibet, en ex– ploraciones contemplativas: el escritor, periodista, artista y piadoso Thomas Merton. Aquí en estas tierras abiertas, de próvida agricultura, de «caballos» y de «yerba azul», llegaron de Francia treinta y siete monjes trapenses para establecer un monasterio en los Estados Unidos, que habían estrenado Constitución en aquel mismo 1789. Un horizonte de intensa mística y ascetismo se abría a la cristiandad yanqui. Los principios experimentales de aquellos monjes se basaban en que hay muchas esencias de amor y diferentes grados en el amor. La fundación de Nuestra Señora de Getsemaní sigue siendo «cuestión de amor». Aquí el tiempo tiene un presente sin dimensiones. La meta es la eternidad que brota en cada instante. Cualquier lámpara sugiere que hemos de dar de lado a las obras de las tinieblas y revestirnos de la armadura de la luz. Amor, Fidelidad y gallardía de caballeros son los carismas del religioso. Y contemplación de Cristo: Hemos visto su gloria: gloria como del Unigénito de Dios, lleno de gracia y de verdad. Cuando llegué, lo primero que oí fueron voces de hombres que cantaban. El incienso de las flores llenó los cielos con su alabanza. El césped de los prados y jardines, los aperos de la labranza, los frutos recolectados, las tierras removidas, los surcos de la sementera y el paso cadencioso de las nubes eran obras de Dios desde luego. Pero también labor de nuestras manos y hasta bendiciones de nuestros sueños. Levantad los ojos, y veréis como ya los campos albean; y el que siembre recibirá, además de su sueldo y la cosecha, el fruto de la vida eterna, de modo que sembrador y cosechero se alegrarán juntos. Sus sombreros de paja conservan los bordes consagrados con el sudor de su frente. Cuán santo es ver cómo, año tras año, las espigas se balancean sensitivas y acariciadoras al sol y al aire. Los libros de la biblioteca, con el «Ave María», sobre los estantes, son cofres de sabiduría, de piedad, de belleza y solicitud constante. Que las manos los abran y ellos nos den a ojos y mente, sabiduría, consejos, hon- 755

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