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Lo que el sol es para esta flor, eso es Cristo para mi alma ... Si por un lado puede llamar la atención esta efusividad lírica y devota a mentes acostumbradas a pensar y dictaminar que el fervor americano es rígido y escueto, paremos la atención en la otra manifestación religiosa apa– sionada de la piedad yanqui, enriquecida por el entusiasmo, la estética, el pathos, el culto y música de los negros de la Unión. En la esclavitud el negro halló en la religión, predicada por misioneros cristianos, protestantes y católicos, algo más que consuelo y refugio. Se fueron acrecentando la liberación y sacramentalidad de su vigorosa naturaleza y raíces fastuosa y silenciosamente africanas. En todo caso, si el pasado fue duro y la ac– tualidad es aún conflictiva, el futuro se les sobrepone y fulgura, amante y bienaventurado, como el arribo a la morada del Padre Celestial, por nuestro Señor Jesucristo, hijo de María, vivo y amante crucificado, reden– tor, liberador y víctima hecho un guiñapo, como ellos, como nosotros los hombres, de cualquier color y calaña, pero cristuras para la Gracia. Todo esto constituye una promesa, una perspectiva y culminación de algo superior que tiene lugar, no solo en el Reino Futuro de los cielos, sino en los campos, servidumbres y locas algazaras de este mundo de cuatro días. Los inconvenientes de vivir en la tierra, provisionalmente, entre calamidades y júbilos siniestros y alternativamente con éxtasis, lágrimas y frenesíes de gozo y entregas a lo divino y desde luego a la tierra, al trabajo, al amor y a la reivindicación permanente constituyen valores, motivaciones, ideales y fiesta que deben de constituir una vida terrena ya actual esperan– zada, incluso con la «vida» por excelencia misteriosa, indescriptible, adorable y, al fin, armoniosa. MISTICA DE NEGRITUD Para el negro la religión nunca ha sido ni es únicamente un cerrado dogmatismo, lógicamente pulido y racionalizado, ni tampoco un sistema ético inscrito exclusivamente en códigos y tablas ni en leyes o enmiendas de constitución alguna, sino, sin destruir ni desdeñar nada de esto, un vivir. Es muy poco decir «una experiencia emocional» o «una efusión mística». Es vivir todo lo que se vive, desde ahora y siempre, en la casa del Padre, morar en ella, seguir en ella, e instalarse en ella. Era natural y celestial que esa vida se manifestara el desahogo y libertad de lo espontáneo, en la música. Es in– negable el consuelo esperanzado de la servidumbre humana y terrena por parte de los humanos, y singularmente en la situación de los esclavos. Pero en los espirituales negros hay sobre todo algo integrado y trascendente. Lo que se vive en realidad es el «entusiasmo de ser religioso», la inspiración y el ritmo, «la posesión» de lo sagrado, «el calor escalofriante», «una vivencia obvia». 752
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