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de los sentimientos c!el espíritu humano, bien cuando anhela que Dios habite en él, bien cuando aspira él mismo a sumergirse del todo en la divinidad, creadora y conservadora de la visión y del latir del mundo. Tales son dos aspectos alternativos de la mística poética angloamericana. El primero de ellos se expresa frecuentemente en el requerimiento de que Dios «habite», subsista y actúe amorosamente en nosotros: Habita, Sefíor, en mí. El tiempo pasa; se adensan las tinieblas. Habita en mí. cuando otras ayudas faltan y las fuerzas se van, ayuda de los desamparados, habita en mí. Despunta el alba del cielo, y la sombra amada de la tierra huye ¡en la vida, en la muerte! -en la inmortalidad– ¡habita en mí! (Henry F. Lyte 1847) He aquí la misma idea, más sumariamente enunciada, ante el hecho de tener que vivir y morir. Concepto ya propiamente ascético: Habita conmigo, desde la mafíana a la tarde; porque sin Ti no puedo vivir. Habita conmigo cuando la noche es doble noche. Porque sin Ti no me atrevo a morir. Esto de pedir la «inhabitación» de Dios en nuestro ser según la mística poética yanqui, americana, es una actitud amorosa, y en cierto sentido, diferente y acaso contradictoria con la otra actitud que acepta y canta los conceptos y versos de Vincent G. Nurns en su poema «El habita en nosotros. Es la misma «vastedad», campesina, silvestre, desértica o urbana la que inspira las dos vertientes de la espiritualidad yanqui. 750 No roguemos: ¡Habita en nosotros! El no necesita que le pidamos que esté en la tierra y en el mar, porque ya mismo habita en ti y en mí. El es la esencia de las flores perfumadas, el secreto del poder de los astros y planetas, la belleza de las horas crepusculares. Le encontramos en la vibración de la energía, en el rumor de la pomarada que florece. ¿Habita con en nosotros? Más bien nosotros necesitamos verternos en El.

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