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sionados. Sobreviene la tecnificación y el decoro de todos los pecados originales, de la ley y del placer mal usados, la ceguera y el ardor de las tinieblas, del cansancio y del tedio en la babel de las comunicaciones, Manhattan arriba y Manhattan abajo. A tanto ensueño entre perros calientes, hamburguesas y «sirenazos,» de ninguna manera indignos de los pasos en la luna o las elucubraciones de los institutos tecnológicos de Massachusetts, no faltan quienes lo con– sideran <<el materialismo americano,» cuando en el peor de los casos no es sino «la otra» madurez del espíritu. TRANSFONDO HUlvfANO Mas también son provincianos el recelo, la agresividad tácita y el poder bruto, sin dejar de ser naturales. La interpretación real del pueblo americano puede resultar, como la de cualquier otro pueblo, pintoresca en la medida que se busque lo que diferencia. En este sentido, Estados Unidos es inmensamente pintoresco. Sus cosas y aún el aspecto exterior de sus per– sonas puede resultar indefinido o interesante, nuevo y hasta, en el buen sen– tido que puede aceptar la palabra, extravagante. Pero por encima y en lo más hondo de todas estas superficialidades, lo que en verdad seduce es su alma, la personalidad. La honorabilidad de este pueblo y no sé si su humorismo salta en esta advertencia del escaparate de un bar: «Cuando decimos 'frescos,' no queremos decir 'helados'.» En otra tienda-ésta de comer-, un restaurant llamado «El Chico,» de la Grove Street, se lee este sencillo y justo slogan: «Tan español como España.>> Aquí este anuncio tiene mucho sentido; pues muchas de las cosas y personas que se dicen «hispanas» son sudamericanas. Se dice que hay una cierta indiferencia, casi desdén, no creo que sea desprecio-porque éste no cabe en un americano--hacia las cosas y gentes del Sur de América, representadas sobre todo por puertorriqueños y, ahora además, por cubanos. La reciprocidad es curiosa. Los hispanoamericanos les pagan con la misma moneda, pero con manifiesta protesta y mal humor. Un joven cubano y una joven puertorriqueña explicaban: «Vivimos entre ellos, les agradecemos su hospitalidad y la sociedad libre que nos conceden. Pero son fríos, egoístas, pagados de sí mismos. En el mejor de los casos, apáticos y sin refinado sentido de la vida.» La más acerba apreciación que puede haberse escuchado es la de una señora mejicano-americana: «Aquí, en Estados Unidos, todo el mundo odia, recíproca y universalmente: el blanco y el negro, el pobre y el rico, el patrón y el empleado, el creyente al otro creyente, el nativo al extranjero, y todos entre sí ... » Pero por otra parte, he aquí las observaciones de otra mujer, española ella, que dice encontró «el sentido de su vida» en esta gran nación: «No les haga Vd. caso a esos hispanoamericanos. Llevan nuestra sangre española, 73

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