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la Madre más bonita porque lo es de Dios, a su Hijo, el Doloroso, marino y pescador. Le ve resucitado entre palmas e incienso; y nos espera a todos en el barco del templo. El Golfo y el Caribe necesitan cuaresmas. Hemos pecado, hermanos. El demonio se alegra. ¡Vamos, estibadores, con cirios adornados a decir a la Virgen nuestros viejos vocablos! Por más que nuestros labios son gruesos, nuestras almas le harán muy dulces sones como de niñas blancas». Es Pascua para todos en las tierras benditas doquiera el sol cristiano embalsama las vidas. Se aureolan las frentes con pamelas y tocas, con mantillas y bucles; y susurran las bocas los dulzones acentos de plegarias dormidas, y hasta los aleluyas visten de muselina. Descienden angelitos negros, rubios, pecosos, blancos, azafranados para jugar al corro. Y las mamás sonríen, como la Virgen Madre. Jesús está con ellos sin prisa de dejarles. Cayó el sol en los árboles del parque de los niños, y se hicieron luceros sus trajes y sus gritos. Ondulaban los cisnes en las aguas de oro, y el tantán de los ángeles retumbaba en el coro. Era un Angelus terco en el bosque de robles donde colgaban los musgos que llaman españoles. Todas las brujas eran posibles aún de día; y eran bellas vendiendo zumos de frutas tibias, coca-cola y esquimos, junto a los carruseles y el silbido moderno de atómicos juguetes. El pacífico golf paseaba su césped buscando su agujero con métrica paciente. La gloria americana de los parques sureños, de estrellas y de barras enardecía un sueño, y las fiebres de Africa con nostalgias de Europa espesaban el aire de las tranquilas horas. No era pasión, ni pena, ni éxtasis, ni locura, ni vegetal orgía que estallara en la jungla, ni los oscuros ritos de la furia o del celo, cuando el amor y el odio se suicidan perversos. Era como una suave religión que subía del corazón al labio, diciendo su armonía: 746

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