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744 se abren gigantes flores y se amansan las fieras. Porque navega el río del Mississippi oscuro, arrastrando las lianas y los flotantes frutos. Porque se van las brujas, aún jóvenes y a gritos, y se queda la magia de hadas y enanitos. Leones y serpientes, tigresas y elefantes, ardientes guacamayos, los simios y caimanes hacen hervir el bosque y encenderse las aguas con sopores de vida que hipnotizan el alma. Diabólicos aromas electrizan los cuerpos; y desmayo y furor suben hasta los cielos. Calientes tempestadas abrasan por Alabama, y torrentes de amor rompen por las cascadas. Salvajes hermosuras y dragones dorados pueblan la fantasía de estridencias y halagos, mientras se crispa el alma con su fiebre y angustia, y se hunde de repente en la voraz laguna. ¿Cómo sufrir el trance de tan loco abandono, mientras suena el tantán espiritual, montóno? Y entonces vienes Tú, flor de sabiduría, por el museo quieto de la Fe y la Harmonía. Como Verbo Divino, inspiras el concierto de mi sangre y el mundo. Y acuerdas el secreto de tu Vida y la mía, con castas evidencias: las únicas seguras en la efimera tierra. Yo creo en Ti, y creyendo, con tu gracia andaré; pues la verdad Te digo· Nada de nada sé de la muerte y la vida. Todo es dulce misterio, que en tu pecho de Amigo se dormirá en deseo. Revuelan camisolas de las gentes floridas, y tocas de jardines en las cabezas lindas. Han sonado campanas de canela y espuma en los cargos del puerto rebosante de frutas. Su majestad azúcar y el príncipe café llegan, entre bananas, a coronarse reyes. «Las sirenas son negras y las estatuas rubias» canta el viejo patrón de los ojos de bruma. Curazao y ginebra aspergean el bar; y a babor y a estribor está vicioso el mar. Nuestras canciones suben empapadas de brea, de sal y de sudor. Es fiesta de la Estrella:

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