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desayuno. Contaban la curación del ciego Bartimeo (Marcos, cap. 10, vs. 46-52) y escribió su «El ciego Bartimeo». Le hubiera gustado ser entonces como un «monje de la Edad Media, en estilo de leyenda»: «Se me pr~entó la escena entera en vivos colores: los muros de Jericó, el frío aire a través de la puerta de la ciudad, los andrajos del mendigo ciego, su grito escalofriante y estridente, la turba tumultuosa, Cristo sereno, el milagro: estas imágenes tomaron la forma que arriba expuse... El ciego Bartimeo ante la puerta de Jericó sumido en sus tinieblas. Oye a la multitud- oye su vocerío. Le dicen: «Es Jesús de Nazaret». Y clama en grito de agonía: «¡Jesús, compadécete de mí!» Le dice la gente: ¡El te llama - no temas levántate, te llama!– Aunque tiene ojos, no puede ver; en su miseria, por tres veces llama: ¡Jesús, ten piedad de mí! -No temas, levántate y vete en paz. ¡Tu fe te ha librado de la ceguera!». La fantasía y el presentimiento del poeta más el oscilar de sus ideas amadas pueden entre los embelesos de Nueva Orleans. Quizá es como acepta y fija la tradición hebrea, talmúdica de Sandalphon: 742 ¿Has leído en el viejo Talmud entre las leyendas que cuentan los rabinos sobre el reino del éter? ¿Has leído la maravillosa historia de Sandalphon, el Angel de la Gloria, Sandalphon, el Angel de la oración? Los Angeles del Viento y del no cantan más que un himno que fallece por la impresión irresistible de la canción. Expira en su rapto y maravilla como las cuerdas del arpa saltan en trozos por la música que vibra por expresarse. Pero sereno sobre aquel torbellino de espíritus y música, inmóvil en el arrebato de la canción,

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