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«mistletoes» -muérdagos- vistosos, tales como los que los Druidas cortaban con hachetas de oro durante la Navidad. Allí se escondía la casa. En la confluencia inesperada de la Nueva Escocia, del Norte y La Loui– siana, del Sur. Longfellow tradujo también la Divina Comedia, de Dante, preludián– dola con algunos de sus sonetos para suavizar los prejuicios de la estrechez mental y moral de los posibles lectores contra la Iglesia Católica. Las solemnes y estremecedoras fantasías del poeta cristiano obran como perspectivas sinfónicas e íntimas a la vez sobre la lírica del Sur y, en con– creto, de la latinidad varia de Nueva Orleans. En este sentido «Evangelina» es un poema católico por un poeta protestante como Longfellow. El poema se ocupa de la paciencia y del amor. De él fluye dulce luz acariciante. Pone en labios del P. Feliciano, lo que éste predicaba a los acadianos cuando aún estaban en el norte, en la Nueva Escocia, y aún luego, cuando muchos de ellos se establecieron en las tierras bajas de Louisiana. Son palabras que el mismo Longfellow consideraba válidas y prácticas para toda religión: ¡Cuarenta años de mi vida he trabajado entre vosotros y os he enseñado no solo con palabras sino con hechos, el amaros unos a otros! ¿Este es el fruto de mis faenas, vigilias, plegarias y privaciones? ¿Habéis olvidado tan pronto las lecciones de amor y perdón? Lo que el buen misionero les pedía era que los franceses perdonaran a los ingleses, para elevarse a los más altos requerimientos del cristianismo. Así Longfellow, tácitamente, reprochaba a los americanos el hecho de que algunas veces despreciaban a los franceses por cabezas ligeras, frívolas e in– morales. Cargos que se encontraban en los periódicos y revistas del tiempo contra los latinos en general e hispanos, en concreto. Además de ser poema narrativo y de imaginación, «Evangelina» es un documento de la batalla que había que mantener siempre contra el fanatismo y la intolerancia racial. La figura de la heroína Evangelina era como un ángel y una hermana de la comprensión y del amor entre americanos, indios y emigrantes. No le falta a Longfellow cierto sentido de ironía, más del que se supone: una ironía no por misericordiosa y cordial menos efectiva. En 1847, cuando Evangelina fue publicado, algunos escritores del país se propusieron sacudir la servidumbre de la literatura Británica; y se determinaron por los temas americanos, yanquis. Longfellow formó parte de este movimiento, como en sus poemas parecidos a Evangeline, The Song of Hiawatha (1855). The Courtship of Miles Standish (1859), y algunas de las narraciones en Tales of a Wayside Inn (1863-1873). Pero todavía hay en él un cierto aspec– to que ha pasado algo desapercibido en sus obras y no se ha deplorado lo 736

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