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jóvenes sacerdotes, algunos todavía estudiantes de Teología, además de los actos religiosos y culturales, tienen todos los días algún tiempo dedicado a obras manuales. Cuidan el jardín, cortan la yerba, hacen todas las faenas de la casa poniendo en movimiento las máquinas e inspeccionándolas. Todos conducen. Hay en casa cinco automóviles y dos furgonetas. En uno de esos coches-un Citroen último modelo-tuvimos un pequeño accidente, al salir de la universidad de Georgetown, después de oír una conferencia de un catedrático cubano exilado. Nuestro coche tropezó ligeramente con otro, aparcado, y le estropeó un faro y alguna cosa más. Nos llevaba un estu– diante capuchino, recién cantado misa. Se volvió al campo de la univer– sidad. Anduvo buscando a los posibles dueños del coche averiado. Al no en– contrarlos, se fue a la cabina para llamar a la policía. Vino ésta, amable y eficiente. Se le dieron todos los datos. Aunque había prisa por la hora del monasterio, se esperó aún por si aparecían los dueños. Al día siguiente estos avisaron que la cosa no tenía importancia, y que no era nada. CIUDAD RADIO «Radio City» ha sido monumento nacional con visitas en grupo de pro– vincianos, yanquis y no yanquis. El vestíbulo es de monumentalidad egip– cia. Ya dentro, esa impresión se aumenta. Unos órganos electrónicos, con poderosos altavoces, esparcen música por los altos arcos que cubren la sala. Primero, una película. No importa su título. Es en los muelles de Marsella. La hija-Leslie Caron-de una viuda pescadora se enamora del hijo, moreno y atractivo, como del Sur, del dueño-Charles Boyer-de un cafetín del puerto. Pero el dueño del cafetín tiene un viejo amigo solterón y con mucho dinero y una gran empresa-Maurice Chevalier-que se enamora de la hija-Leslie Caron-de la viuda pescadora y se dirige a ésta con intención de pedirle la mano de su hija. La viuda se decepciona, porque siempre creyó que el señor-Maurice Chevalier-de quien estaba enamorado era de ella, no de su hija. Pero no le disgusta el juego. Entretan– to, al joven moreno le llaman a quintas navales y la joven-Leslie Caron-por la noche se fuga al muelle para despedirle. Es una noche marsellesa de promesas de amor. El joven marinero se fue lejos. Las necesidades aumentan. Por fin, el viejo solterón convence economicamente a la viuda y a su hija, y ésta, recordando siempre, se casó con él. El-Maurice Chevalier-cifra su ilusión en un heredero que perpetúe el nombre de su firma. Y he aquí que la joven-Leslie Caron-no vivió en vano la noche de promesas de amor en Marsella. Toda triste, va primero al médico y luego, ante el altar de la Madona, nuestra Señora de la Garde en Marsella, y acepta el ser madre. Su provecto marido-Maurice Chevalier-recibe entusiasmado la noticia. Regresa el joven marinero. El hijo se parece a él y quiere jugar siempre con él. Pero Maurice Chevalier es muy comprensivo y se pone a morir y manda en su lecho de muerte que su 71

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