BCCCAP00000000000000000000550

tentación siempre para el cine, y un cierto espíritu místico de Nueva Orleans. El atractivo de Nueva Orleans, tan disparado y sutilmente extremoso, alcanza deformaciones libertinas, celestinescas, así como fanatismos puritanos, inmoderados, deformantes y peligrosos, para sus mismos apóstoles. Esto no es nuevo en ninguna parte del mundo y menos en la esotérica sociedad norteamericana. Pero se hace más incisivo y descaradamente difuso en «la calle Bourbon» y su entorno, en sus in– timidades como de mafia. Más allá de sus características puramente físicas, hay ruas y barrios, este es uno al que se atribuyen condiciones místicas o más bien mistagógicas, que la hacen, por contraste, discreta e intensa «meca» a través de los años para millones de turistas e igualmente para los nativos, que no parecen ya muy sensibles a la rutina del hedonismo y erotismo, tan inmediatos y de ademanes grotescos. Esto hace que la calle Bourbon se haya convertido en símbolo: «la calle más broncamente descarada en América», una calle «de diversión y alimentación» «calle de sequin-spangled de pecado a velas desplegadas». Tanto para nativos como para forasteros, -comentan los descubridores de Nueva Orleans- existe un local que embroma a cuantos lo curiosean. Tiene algo de tugurio de barco y taberna al aire libre. Sus paredes están llenas de firmes ilustres de todo jaez. Es «la Casa Original del Absin– tio» -ajenjo-. En su fondo, guarda recuerdos de la América primitiva, de sus armas de fuego de la época, hasta llegar a una pequeña habitación tenebrosa, con una puerta oscilante como de saloom. Resulta una pequeña «cámara de horror», de las que nunca faltan en los parques y circos americanos más ilustres. El estremecimiento, el sagrado contacto con lo delicado y lo desconocido tientan el sueño americano, sobre todo sus niños y adolescentes, a sus almas jóvenes. En ese antro tembloroso de tinieblas, tan solo hay una media docena de figuras de cera, en gestos vitales que envían, causan un breve repeluzno a lo largo de la espina dorsal del que con– templa o apenas vislumbra. Cuando esta sensación se diluye, se encuentra uno entre el Gobernador de Louisiana, Cleborne, el General Andrew Jackson, el pirata Juan Lafitte y la sórdida escolta que le acompañaba a ofrecer sus servicios contra los Británicos. LLEGO EL ELCANO Y corrió la noticia por las calles Perlita Street y las demás de viviendas hispanas de que el «Juan Sebastián de Elcano» ha anclado, la víspera, en los muelles del barrio español, al final de Canal Street cercano a la Plaza de España. Este bergantín-goleta, buque escuela de la Marina de Guerra, está dando la vuelta al mundo, y se siente feliz de remansar en las aguas del Mississippi, al borde de la ciudad amada de Nueva Orleans, como otras veces lo hace en la ciudad de Miami. Comanda el Juan Sebastián de Elcano 723

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz