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La historia de cómo la chastity bill ha llegado a ser ley comenzó el afio pasado, cuando un grupo de senadores propuso la refor– ma de un programa ya existente de ayuda a los jóvenes, que cor-– dinaba un burocrático laberinto de servicios para la adolescen– cia, llamado el teenage pregnancy program (programa de em– barazo de las jóvenes). Este programa suministraba una serie de servicios -ayuda sanitaria y de alimentación, orientación de estudios, preparación para la maternidad y establecimientos de asilo- a las jóvenes embarazadas, mediante una red de agencias estatales y de organizaciones privadas. Tras una fuerte presión de los senadores de la mayoría moral y de la nueva derecha, el programa fue modificado, introduciendo una serie de direc– trices, como el compromiso moral de los padres en la conducta de sus hijos, la necesidad de una educación que valore la castidad y la disuasión del aborto como una opción para los jóvenes. El contendio de la nueva ley sobre la castidad se puede resumir en estas cuatro metas básicas: disuadir e intentar evitar las rela– ciones sexuales entre los menores no emancipados (diecinueve afios o más jóvenes); estimular a las jóvenes embarazadas para que no aborten y den sus niños para la adopción; afirmar la autoridad de los padres sobre la sexualidad de los jóvenes y, finalmente, intentar impregnar el sistema de salud pública con esta nueva moral. En un auditorio de Miami, ante unos 1200 muchachos y muchachas, un grupo musical de los que florecen sin cuento, culminó sus intervenciones in– vitando al público a reproducir procacidades escénicas extremosas. Las decenas de policias cumplieron con su deber «contemplando el orden», que no se alteró. Días más tarde, la mayoría juvenil de todas las confesiones y políticas organizó «el Desfile de la Decencia» que iba capitaneado por «el Grande», Jacky Gleason, católico, recientemente divorciado que con su gracia y comicidad exaltó el verdadero atractivo de la pareja juvenil, que son «la belleza y el pudorn. Saint Charles Avenue: la mansión donde se filmaron los interiores de Lo que el Viento se Llevó, y que no se disipó del todo, sino que queda en Nueva Orleans. Desfile de árboles los «oaks» de Florida, inmensos, abiertos y cobijadores; exhibición y museo de mansiones de película, como la man– sión de los interiores de «Lo que el Viento se llevó», magnificencia, flirteos civiles y bélicos, refinamiento y oeste juntos. Tercos y sonoros los tranvías de ida y vuelta invitan en sus ventanales de derecha e izquierda a contemplar y sentir el ritmo de la vida, el turismo y el suave envejecer de los jubilados, en los asientos de madera, reversibles, progresistas, cuando llegaron. Los tranvías ahora antiguos y renqueantes en sus troles y raíles, testimonian que queda mucho de lo que el viento no se llevó del caviloso y sonnoliento Sur: 722

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