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con la vista y aguas que se funden con el horizonte de los amaneceres y atardeceres. MISION SOBRE LA FRIVOLIDAD La espiritualidad y el modo de granjearse los tesoros del cielo eran ya de antiguo diferentes entre los puritanos del Norte, de la Nueva Inglaterra, y los criollos de Nueva Orleans, y recíprocamente se lo reprochaban con dichos y anécdotas. Los norteños motejaban los supuestos defectos de charlatanería e hipocresía a los del sur y, refiriéndose a sus gentes de dudosas costumbres en la práctica de su misma vida religiosa católica, les aplicaban el refrán de que «cuando el diablo va a misa, esconde el rabo». Al hablar de los orlea– nienses concretamente, chascaban la lengua y movían la cabeza abrumados de su frivolidad. En cambio, los criollos del Sur recordaban la anécdota del comerciante yanqui del Norte quien pregunta solemnemente a su hijo: «¿Has echado ya el agua al ron, algo de arena al azúcar y humedecido un poco el bacalao?». Y al contestar el hijo: «Sí, señorn, el padre le declaraba satisfecho: «¡Bien muchacho! Ahora ya puedes venir a rezar». Un cierto halo de obvia y compleja frivolidad trasciende de Nueva Orleans por muy variadas razones que aparentemente concurren en tantas ciudades del mundo, marítimas o fluviales, pintorescas, propicias al trán– sito y estimulantes al reposo y al gozo de vivir. Generalmente se las con– sidera ciudades y lugares frívolos. Lo que se contempla superficialmente, lo que se lee y oye como parte del bullicio y la luminosidad, colores y sombras de las calles Bourbon y limítrofes, no pueden quedarse en frivolidad. Al menos no las ve así el Capellán de la Calle Bourbon, en su misión sobre la frivolidad. En los atardeceres lívidos o amaneceres soñolientos cuando los barrios estruendosos y reverberantes se van extinguiendo, y las maquinitas circundantes de «perros calientes» regresan vacías de sus mercancías supletorias, la frivolidad es algo tan importante como la salud del alma y el cuerpo, la gracia y el pecado, la redención de Dios y la salvación del hom– bre: algo tan dramático como el riesgo de que pueda debatirse y ocurrir en ambientes considerados ligeros, calles, albergues, espectáculos e incitamen– tos espirituosos, de drogas, alcohol y celebraciones lúdicas o psicodélicas de la ciudad, externa e interna. La frivolidad puede llegar a ser el mismo Satán, como lo escribe el Rvdo. Bob Harrington, en el folleto que reparten pro– fusamente decenas de muchachos y muchachas de las diversas confesiones cristianas, y de voz fervorosa en las esquinas, entradas de los estabecimien– tos y a lo largo de aceras y calzadas, mientras el barrio vibra. Exactamente 717

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