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Otras dos observaciones importantes de Julián Marías son las que se refieren al carácter de los Estados Unidos en cuanto a su unidad, proyectiva del Norte y la paradójica unidad del Sur, vigente en Nueva Orleans: La unidad de los Estados Unidos es proyectiva, es una unidad hacia adelante, que no viene sólo de tener las mismas raíces, sino principalmente los mismos fines, las mismas esperanzas. Y si esto es así, entonces el Sur es también menos americano que el resto. Por si fuera poco, encontramos una segunda paradoja todavía más acusada. Esta homogénea sociedad del Sur -casi sin aliens, sin recién llegados, compuesta de americanos de varias genera– ciones-representa la máxima heterogeneidad, porque está in– tegrada por blancos y negros en proporciones comparables, es decir, en cantidades que varían pero son del mismo orden de magnitud. Las variedades determinadas por la inmigración en el resto del país son mucho menos; son solo matices. DESTELLOS DE NUEVA ORLEANS El autor de «La Vida de Tom Sawyern y «Vida en el Mississippi», Mark Twain, 1835-1910, se sintió despavorido cuando, por primera vez, desde la cabina de piloto de un vapor del río Mississippi, miró hacia abajo y vio los diques y las aguas. Le pareció que «estaba en la cima de una montaña». Esta sensación de hace cerca del siglo apenas se puede ex– perimentar hoy, por la costumbre de viajar en gigantescos trasatlánticos, en aviones que viajan a alturas en las que no merece la pena pensarse, com– parados con los próximos transbordadores de ida y vuelta a los espacios ex– traterrestres. Sin embargo, el puesto del piloto en cualquier vapor «Presidente» que en el muelle del extremo de la calle Canal descarga y recoge turistas para un viaje de tres o cuatro horas por el Mississippi no deja de impresionar con– fortablemente, al ver que es un palacio fantasioso, familiar y doméstico, como son estos barcos de ruedas espumantes que nos devuelven a los libros, historias, ilustraciones, aventuras de la infancia, como un genio benéfico y bonachón, aunque sin piratas y sin más tesoros que los inestimables carnés de los viajeros que no sienten otra aventura que la de la felicidad y el deleite de visitar el Mississippi y su ciudad reina, Nueva Orleans. Sus capitanes se llaman vigorosamente el capitán Streckfus o el capitán Currau. Este último de estirpe germánica. Su progenie, yanquizada del todo por el Sur, se per– cibe en el tacto de la mano de su nieto, de seis afios, que le asegura la misma vocación de sus antepasados para regentar a «las reinas del río». Estos barcos tienen algo de estadios elegantes, de circo y tiovivo. Los arcos de sus puentes y la multitud feliz asomándose a las barandillas 710

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