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pi, de enorme brazo, la circunda y recuerda el giro y gesto del Sena al en– volver a París, y aviva, con inevitables reminiscencias francesas e hispanas, la conciencia de que se adentra uno en el Sur espléndido, el profundo Dixie, confederado, cuyo nombre parece derivar del «dix», billete de «diez» dólares de curso en la ciudad de New Orleans antes de la Guerra Civil. Las canciones, el arte, el folclore y el sentimiento construyeron Dixielandia y sus estados, de nombres tan sugerentes en el mundo, así como las lianas parásitas de los «spanishmoos», lunáticos y transparentes, como gironcillos de velos. Es la leyenda e imagen que vieron los españoles, venidos de España y Cuba, atravesando marismas, «everglades» y bosques, hacia Mé– jico y California. Una india traslúcida envolvía y mimaba a un niño en sus brazos en la noche aún más acariciante. EL PROFUNDO DIXIE Glosemos ideas fruitivas. Sea la primera considerar este Sur como parte de la raíz misma del país, ingrediente radical de lo que podemos llamar su constitución social, el ser principalmente un «estilo», una forma de vida, todo le da una relevancia especial. Mientras los demás americanos se sienten «americanos» de tal o cual estado, los del Sur se sienten primero «del Surn, sureños, y, por tanto, americanos. La tensión Norte-Sur, cada vez menos viva, es ya elemento incluído en el ser yanqui, como quizá dentro de no mucho lo serán lo latino, hispano, y la principalidad negra que aumenta continuamente. En la historia, con fre– cuencia los vencidos imponen su vivir y su cultura, su alma y lo más delicado de sí mismos a los vencedores. Así es en Usa. En Nueva Orleans se comprueba magníficamente la observación de nuestro filósofo Julián Marías. En esta ciudad, que los americanos llaman «la más interesante de Estados Unidos», se goza una delicada armonía y paso del tiempo, plasmádos en serenidad, que borra cortésmente el límite, antiguo, viejo, actual: sencillamente acompasado a un buen vivir y casi im– perceptible morir. Recordemos con el pensador: 708 En algunos lugares hay muchas cosas antiguas -por ejemplo, Boston es una ciudad más antigua que Madrid: la vejez media de sus edificaciones es mayor-; pero esas cosas antiguas de los Estados Unidos están como «reliquias»: son lo que «queda» del pasado, lo que «ha llegado» hasta nosotros (o a veces lo inventa, como el gótico de las Universidades y Colleges). En el Sur las cosas antiguas no parecen «quedar», sino más bien «seguir»; no están aisladas de las nuevas, sino que conservan su actualidad, y las nuevas no lo son o no lo parecen tanto. El pasado viene con naturalidad hasta nosotros, sigue pasando; y lo nuevo viene a fundirse armoniosamente con ello. Las antiguas

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