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algo exclusivo mio, yo perdería lo que de hecho él es realmente para mi. El es para mí en particular precisamente lo que es antes de mi, fuera de mi y a mi lado, en torno mio. El que es para todos los cristianos y para todos los hombres. El es ése, específicamente para mí también. Jesucristo es la base del testamento, alianza el seguimiento, la in– quebrantable comunión indisoluble entre Dios y el hombre. Por con– siguiente, El es para mí también la base de esta alianza. Jesucristo en la unicidad de su existencia se ha manifestado a los cris– tianos como el don de esta alianza promulgada para todos los hombres. Yo también soy cristiano. Por consiguiente El es también para mí la demostración de la gracia de Dios que obra en esta alianza, la gracia que es libre, gratuita en relación conmigo y que también me libera, me agracia. Jesucristo, en su vida y en su muerte, ha asumido el pecado del mundo y de la iglesia. Yo también pertenezco al mundo que ha sido reconciliado con Dios. También soy un miembro de la iglesia, que ha sido llamada por él. Por consiguiente, yo, también puedo vivir y morir en la rectitud, justicia y santidad de Dios que afronta y quita todas las faltas del mundo y de la iglesia. Jesucristo ha verificado su obra histórica reconciliando la vida con la muerte que tuvo lugar en favor del mundo y de la iglesia. Por consiguiente, yo también pertenezco al mundo y soy miembro de la iglesia, la historia de mi vida como hombre y como cristiano puede llegar a ser la historia de mi justificación y mi santificación por Dios, a despecho de toda oposición. Jesús, como primer resucitado de la muerte, es la promesa y garantía de que la victoria de su vida y muerte será un día universal y definitivamente manifestada en él. Puesto que yo puedo creer en la victoria que él ha ganado ya, viviendo y muriendo en esta fe puedo esperar esa manifestación futura que adviene como la manifestación también de mi justificación y san– tificación cumplidas en él. Jesucristo es la palabra de Dios hablada a todos. Como yo también, «uno de esos todos», y como soy, creyente y esperante en su promesa, puedo considerarme a mí mismo como uno a quien se ha dirigido esta palabra, y estoy comprometido y soy responsable de dar una respuesta ac– tiva con mi ser entero a esa palabra de Dios y comunicársela a todos. Esto es Jesús para mí. Según estas premisas, dos valores se contemplan en el vivir cristiano, aunque no comporten la consideración que merecen: uno es la inspiración artística-estética, como faceta de la gracia. Y el segundo, muy importante, la armonía de la presencia de Cristo en la integridad de cada hombre y en su convivencia con todos los demás. Surgen necesariamente de estas vivencias y experiencias el himno a la belleza de Cristo, tal como lo cantan los fieles americanos en una vieja canción alemana del siglo XVII, penetrado de alabanza y adoración más íntimas y efusivas: 704

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