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Revolución -congelada largamente por Stalin-, no tienen un modelo propio de sociedad. No es que rechacen el vértigo oc– cidental del consumo, sino que lo adoptan con treinta afios de retraso. Como diría Rubert de Ventós, siempre se es fiel a alguna moda, y el rehuir la última sólo significa caer en la penúltima o en la más anacrónica. Puesto que el modelo yanqui resulta ex– cesivo, saturante, sofisticado (aquí sí que vamos a utilizar la palabra, que significa falseado y todo el mundo confunde hoy con refinado), puesto que el modelo yanqui/Robert Redford es directamente estúpido y está agotado, esperábamos del otro hemisferio un modelo nuevo, distinto, opuesto, pero las locas chicas de Moscú parecen vestidas en un Sepu /Gulag (Es pues mucho más bonito) y los concienzudos ingenieros de algo llevan corbatas mustias de cobradores de la pompas fúnebres en los afios cincuenta espafioles. Efectivamente, el «oeste» es algo más que celuloide y pasatiempo. Es caudal de historia, documento, romance, fantasía, lenguaje y estética: belleza perenne de América. Pero Estados Unidos a la vez que occidentaliza -¿civiliza?- el orbe, se orientaliza a sí mismo. Es este un fenómeno no exclusivo de nuestros tiempos. Siempre fue así, desde sus principios. Ahora se hace más percepti– ble, y precisamente en el ámbito religioso. Se han incrementado el interés y el entrenamiento en las místicas orientales. He aquí las razones que se dan de esta boga, que por un lado incrementa la marcha hacia un «oriente» y la vuelta a un «occidente», que, juntos, abrazan el mundo de hoy, en la órbita «yanqui» exterior e interior de Usa: 1- La coexitencia racial de Occidente, Oriente y Africa en todo el país, singularmente en el Oeste y Sur. 2- Su pluralismo religioso histórico y actual. 3- Su «imperio», sus «bases» en todo el mundo, sus ejércitos y turistas. 4- Su libertad y curiosidad de investigación, y la llamada de seducción exótica. 5- Su hartazgo de occidentalismo y americanismo. Contra lo que pudiera parecer, ninguna de estas seducciones desarraiga en grado notable las creencias étnicas, sino que las ilustra y las depura más bien. Es la comprobación experimental de la regla de oro en materia de religión comparada: 700 «Cuanto m;\s se profundiza en la propia confesión religiosa, más se llega a comprender por dentro la de los otros, y cuanto más se llega a penetrar en las convicciones diferentes, más profun-

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