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alguno, fuera de los productos de la caza y de la pesca. Antes de la partida ha sido metódicamente establecida una lista de los víveres y de las herramientas indispensables. «Para cada hombre -dice un relato de 1849- llevábamos 125 libras de harina, 50 de jamón salado, 50 de tocino ahumado, 30 de azúcar, 6 de café en polvo, 1 de té, medio de cremor tártaro, 2 de bicarbonato de sodio; 3 de sal, medio almud de frutas secas, un sexto de medio almud de fréjoles, 25 libras de arroz, 16 libras de galleta marinera, pimienta, jenjibre, ácido citrico y tartárico en propor– ción variable». Las cantidades cambiaban evidentemente para cada expedición. Sin embargo, había reglas casi constantes, y las cifras que acabamos de citar parecen representar un término medio. A estos pesos ya considerables, se necesitaba, naturalmente, agregar -multiplicando el número por el efectivo masculino de la expedición- una o dos hachas por individuo, una sierra, una cuchilla de dos mangos para desbastar la madera, dos o tres cinceles de carpintero, un azadón, una laya y una pala, sin olvidar provisiones de cartuchos lo más abun– dantes posible. El mismo autor resume características cardinales de norte, oeste y sur, tales como eran entonces, antes de verificarse la integridad social del con– tinente americano, y por consiguiente sus espíritus diferenciados: El norte se caracterizaba por la presencia de banqueros, comer– ciantes, empresarios, granjeros, artesanos, obreros fabriles y pocos esclavos. El oeste, como ya vimos, tenia características propias; además se diferenciaba en zonas, unas influidas por el norte y otras por el sur. En el sur, había una minoría de grandes propietarios de plantaciones, una mayoria de medianos y pe– queños plantadores y un gran número de esclavos, como base de toda la economía. Aquella marcha hacia el Oeste -un Oeste al fin y al cabo «de costa a costa» y que ha terminado coronándose simbólica y fácticamente- sigue circunvalando la tierra e incorpora el continente asiático en el Este europeo hasta los Urales. Su civilización y cultura son la universal de Occidente, hasta en manifestaciones tan indicativas como la producción no solamente de disidentes, sino de películas como «Moscú no cree en las lágrimas». Acerca de la cual opina Francisco Umbral en El País, de primeros de noviembre, 1981: los soviéticos, según sospechábamos, están empezando a imitar el modelo de sociedad occidental muñido por Hollywood. Esto quiere decir, ante todo, que en Rusia, después de tantos años de 699

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