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especialmente, el sedimento de una civilización pionera, rural, piadosa y op– timista. El campo nunca deja de ser ciudad; ni lo pagano, religioso; ni lo cotidiano, aventura. Nunca falta lo infantil ni la sana fantasía, como ex– periencias de sabiduría y ficción. Sobre el Niágara, la visión aérea de un colosal gusano metido en espuma sólidas comiéndose una manzana. Honor al farero del bosque, cen– tinela de techumbres de árboles, de sombras y fulgores, entre aguas y fuegos inviolables. Fareros y guardianes serenos y enamorados ante olor de cielos y paisajes de las dos Virginias, entre los vaivenes, felices siempre, de las esta– ciones. Las alturas se pueblan de fareros celestiales, contemplativos de fun– ción protectora. Hablan solos, arcángeles fijos sin viajar. Las cavernas se diferencian de las ciudades, ya que son la locura y el arte de las estalactitas las que erigen y visten sus propias catedrales, capillas y alcobas íntimas. Las playas soledosas, que aun quedan, bellas como en los días de la plenitud reciente de la creación sin animales; días de campo en las orillas de las constelaciones. Más humos y nieblas de las montañas de los parques na– cionales de Carolina del Norte y de Tennessee, de perfiles de músicas en suave crescendo. Paisajes de casas grises, de pizarra acicalada, de las desaparecidas vi– viendas de los pioneros e inmigrantes, ingleses, escoceses e irlandeses. De ellas decían, «casas para hombres y para perros: pero duras y ásperas para mujeres y novillos». Fertilidad y podredumbre juntas, superficies recocidas por los aromas, los colores irisados, aterciopelados, por desparramada vida y olvido sin tiempo ni eternidad. Ruidos estallantes, lentos y súbitos de los silencios, y rumores maternos de la tierra y las temperaturas; campos de yerba en agua pútrida medio salobre y, no obstante, jubilosa... los lunátrcos spanishmoos, lianas parásitas de los venerandos «oaks», reyes sacerdotales y mágicos del Sur, no lejos de cementerios de monstruosas y asombrosas flores tropicales. De repente el escenario paradisíaco como su nombre, de Alabama, india blanca y dorada. Todo fosforece en los bayous de Louisiana, y el irreprimible respiro del padre de los ríos o de las aguas, el Mississippi y en los mil brazos de su Delta, salpicado de familias franco-españolas-portuguesas, residuos de ex– ploradores enfebrecidos de oro y fe, y ahí quedaron balbuciendo sus caudalosas lenguas entrelazadas. E infinitos prodigios, como «el río que flota», en Arkansas, o el Río Buffalo o el Trinidad en Tejas, embalsamada en aromas de gasolina, ganado y corporeidad bella y fecunda. Sorpresa inmemorial - maravilla sólida no justipreciada - corazón silencioso palpitando como los astros - la América Central - Middle America - granero, fábrica y arsenal- castillo y templo de América, pro– ductiva serenidad que define y promueve los sueños, equilibrio sin desalien– tos - Chicago, contaminación dirigida. 694

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