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sociedad se ciña más al individuo, tanto más el hombre volun– tariamente será la figura alegre del universo. Desde otro punto de vista que se fundamenta en diferentes principios, Karl Rahner vislumbraba horizontes más amplios y ordenados. «El mundo secular, en cuanto secular, tiene una íntima misteriosa profundidad en todos sus misterios terrenos, desde el nacimiento hasta la muerte, mediante el cual, por la gracia de Dios, está abierto a Dios y a su incomprensible infinito amor». (El Cristiano en la plaza del mercado. p. 118) Precisamente de estos fulgores sagrados sobre lo seglar y de la realidad acosadora de lo simplemente humano, de lo laico a lo religioso, es de donde podemos partir a realizar el humanismo de los Medios de Comunicación Social, sin que por ello tengamos que encasillarnos exclusivamente ni en lo clásico ni en lo escolástico. Es una actitud juvenil porque es contemporánea y nueva, y porque la juventud está ya entrenada y formada en la expresión de un mundo anegado en comunicaciones sociales: es decir Prensa, Cine, Radio, Televisión y otros como nuevo teatro, deporte, turismo y canción. EL HOMBRE NUEVO AMERICANO ¿Surgió un hombre nuevo de América, en la colonia y en los Estados Unidos, a lo largo de cerca de cuatro siglos? Concretando algo más la pregunta: ¿qué es común y qué diferente entre los anglosajones americanoes y sus primos ingleses? Sin salirnos del campo cristiano, podemos resumir lo que mencionan los protagonistas del espíritu pionero. El mismo filósofo Locke afirmaba que de alguna manera «el legado de la libertad es consecuencia de la acción de In– glaterra y de la reacción en América». Según la aventura, el capitán John y la princesa india Pocahontas, en Virginia, se casan, como explica el mismo John Rolfe, no por carnal afecto, sino por el bien de su plantación y honor de nuestros países, por la gloria de Dios, por mi propia salvación y por llevar a una criatura al verdadero conocimiento de Dios y Jesucristo. Desde entonces Rebeca Rolf aspira a presentarse a la Reina. Pero muere en el viaje. Contaba en todo caso el deseo de extender la Era de Jesucristo con los azares de sus vidas, en el nombre del Dios del cielo y de la 688

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