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y se aceptan las dificultades de definir y establecer sus límites. Este pro– blema se encuadra en lo que Paul Tillich llama «el encuentro con lo santo», a través del mundo de la subjetividad y de la objetividad, «aquello que no es mundo, pero es el misterio del gran ser». Las tendencias morales de la nación y el apoyo y aun ayuda informales a la religión excluyen del horizonte yanqui la nomenclatura y el esplendor explícitos de la fórmula europea, rebasada ya: El trono y el Altar. América desmanteló el trono en 1776 y la mayoría de los americanos pensaron que habían levantado gruesas murallas en torno al altar. Pero de diferentes maneras el trono sigue estando en al Presidencia y en el uso religioso de los símbolos de gobierno. Y lo religioso nunca se ha con– tentado con restringirse a la vida ante el altar. Sigue siendo tema interesante: Porvenir de la vida religiosa en una época secularizada. Se plantean preguntas acaso sorprendentes, como: So pretexto de apertura al mundo ¿no correrá la Iglesia el peligro de quedarse rezagada -una vez más- con respecto a una revolución? O también: ¿Nos empezaremos a secularizar cuando ya está en auge la protesta simplemente humana contra la secularización? Por otra parte, podríamos preguntarnos si nuestro actual pesimismo con respecto al porvenir de la vida religiosa no será más bien una visión a corto plazo. Hay que pensar más bien que la «ac– tual mutación del mundo y del hombre ofrece oportunidades nuevas en el proceso de la existencia». Sociedad de consumo, protesta y espiritualidad cristiana. El concepto de sociedad de consumo es indiferente para la espiritualidad. La sociedad de consumo suscita la protesta, e inmediatamente se pasa a sefialar crisis espiritual. Tendencia connatural a «bautizar» todo. Muy legítima y con razón acaso en última instancia, casi metafísica; pero no inmediata, irreal y «nestoriana». Los caracteres objetivos de la protesta son los de los hechos que deter– minan la sociedad de consumo, es decir: la capacidad indefinida de produc– ción: el hecho de que los que más protestan de la sociedad de consumo son los que más la aprovechan. Y el rehusar la simple racionalidad de la sociedad: aduciendo falta de referencia a valores superiores. No nos apresuremos a «bautizar». No toda crítica del orden existente es ipso facto espera de una respuesta cristiana. Como tampoco es del todo la alternativa única ante dos direcciones contrarias: Evasión de este siglo: o el com– promiso temporal para la edificación del Reino de Dios. Cristianamente es necesario el equilibro entre esas dos direcciones. De ahí la vieja querella entre profetismo e institucionalismo. ¿Acierta el cris– tianismo norteamericano a satisfacer esas dos exigencias? Desde luego, ofrece de pronto en su historia y actualidad una respuesta más adecuada, más realista, más equilibrada y menos cargada de implicaciones y sutilezas que en otras cristiandades. Sencillamente, puede tratarse de que en el hom- 685

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