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moralmente inccnvenientes. Si hay casas con mala fontanería, hay que poner remedio; la resignación de muchos países -por ejemplo, el nuestro- ante la fontanería, como si fuera un destino adverso del hombre, es algo que el americano no com– prende. Si hay pobreza, hay que eliminarla; si hay muchas escolares embarazadas, si hay alcoholismo, si hay demasiados accidentes, si hay epidemias, si hay polución del aire, si los bos– ques enferman, si se hacen negocios sucios, si los viejos no pueden pagar buenos servicios médicos, si a los niños les cuesta demasiado trabajo la ortografía inglesa, hay que hacer algo para arreglarlo. Junto a estos valores éticos, no extraños a la religión civil, el analista enumera y comenta los que más decoran el ser y quehacer norteamericano: la literatura, la retórica y su no haber logrado «el otro más sutil y delicado «arte» de decir la verdad». 680 Algún genio literaro (Poe), alguna gran figura (Hawthorne, Henry James, Emerson, Mark Twain) fue dando realidad a una posible literatura americana, que se presentó como una promesa inminente en Walt Whitman. Solo en nuestro siglo ha sido la literatura americana una realidad efectiva, tan efectiva que, si no me engaño, ha llegado a ser probablemente la primera literatura del mundo desde 1900 (y digo «probablemente» por– que me pregunto qué efecto hará la literatura española, sobre todo de la generación del 98 y la siguiente, si alguna vez llega a ser «del mundo» y no solo de la lengua española). Pero durante muchos años se ha tratado solo de literatura, y esta no ha tenido demasiada influencia en la sociedad americana como tal, y especialmente en la vida pública americana. El prestigio de la «acción», los «hechos», la «eficacia», ha sido -justamente- muy grande durante todo el siglo XIX y ha llegado hasta el XX. Los Estados Unidos hubieran gustado de repetir, con el viejo Poema del Cid: «Lengua sin manos, ¿cómo osas fablar?» (sin reparar en que esto es una hermosa invectiva retórica, hazaña de lengua y no de manos). Hay unos cuantos momentos en la historia política americana en que aparece alguna fulguración retórica: con frecuencia en tiem– pos de la Independencia -Franklin, Jefferson-, de cuando en cuando luego -Gettysburg Address-, a veces con demasiada modestia --manifest destiny, Wilson en lo internacional-. De 1921 a 1933 (Harding, Coolidge, Hoover), los «businessmen» triunfan en toda la línea y toda la retórica se desvanece. Los Estados Unidos fueron salvados entonces por los escritores de la

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