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Dentro del tema sobre ciertas condiciones «insustituibles» muy significativas del ser americano, Julián Marías llega a ocuparse de algo tan representativo en el alma y modos espafioles de vivir, como son «Los males de este mundo». Su Análisis se ocupa de cómo los americanos típicos reac– cionan ante este tema vital, ascético y estético por eso mismo que pesan tan– to en la existencia humana, y coloran sensibilidad, piedades, religión, arte y comportamientos cotidianos. Se nos sugiere inmediatamente, y quizá ello haya pesado en las consideraciones diferenciadoras de Julián Marías, tan orteguiano como castellano y sensible a lo anglosajón, -nos sugiere, digo- algo tan superficialmente extremoso como «La Diferencia entre lo Temporal y lo Eterno» del P. Eusebio Nieremberg, autor por otra parte de su libro menos conocido «Belleza de la Gracia». Ello es muy acorde en el campo vitalista y armónico de la complejidad yanqui. Por ello dedica su capítulo V a este tema con la reacción propia personal de Estados Unidos ante «Los males de este mundo». Las actitudes más frecuentes a lo largo de la historia frente a los males que nos agobian, sobre todo en la vida colectiva, las que encontramos hoy en casi todas partes, son dos. La primera con– siste en tomar esos males como algo que «está ahí» y que es ine– vitable; la segunda los considera algo intolerable y que hay que eliminar a toda costa, a cualquier precio y sin contemplaciones. Así se han considerado, por ejemplo, la pobreza y el desorden, respectivamente. En muchas sociedades europeas se ha creído que la pobreza es algo desagradable -especialmente para los pobres, no tanto para los demás-, pero «qué se va a hacer»: las cosas son así. En cambio, si el orden se altera, esto no puede ad– mitirse, y el aparato estatal se moviliza implacablemente hasta que queda restablecido. Los ejemplos se podrían multiplicar cuanto se quisiera. Le actitud de los americanos es enteramente diferente, y si no se la comprende bien no se entiende casi nada de los Estados Unidos. Emerge de ese supuesto de la sociedad americana que es la profunda fe en que las cosas tienen arreglo. La fe en el hom– bre -y por extensión en toda la realidad- está hondamente arriagada. El americano no cree que las cosas sean «irremedia– bles», y cuando alguna lo es, siente profundo malestar y descon– cierto; esto explica, creo yo, la dificultad que experimenta la sociedad americana para habérselas con la muerte, porque esta es, en efecto, una de las cosas que no tienen remedio; otras for– mas de humanidad están más preparadas para acoger dentro de sí mismas esa desazonante realidad, para tomarla como algo que no puede arreglarse. Los americanos no se resignan a que las cosas vayan mal, a que no marchen, a que funcionen imperfectamente, a que sean 679

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