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lo que sin duda es, es un formidable impulso hacia la corrección, la rectificación, la perfección. Los americanos están siempre dispuestos a creer que no tienen razón -hasta cuando la tienen-. Quieren siempre enmendarla, incluso cuando han acertado. La última causa de esto no es tampoco la inseguridad, como podría pensarse. Es más bien que los Estados Unidos, como Cervantes, piensan que es mejor el camino que la posada. Obviamente Julían Marías exalta ese par de columnas de toda la sociedad, civilización y cultura: la «ley y la libertad». Solo hay que susurrar el nombre de «armonía», para que la sociedad resulte estética, campo y muestrario de belleza: 678 «Además hay esa cosa llamada la ley; y esa otra cosa que llaman libertad; de una y otra se aprovechan algunos, y el poder público no puede hacer lo que se le antoja, sino que tiene que respetar las reglas del juego, y acaso dejar impunes ciertos delitos: es el precio que hay pagar para que los inocentes vivan seguros y a salvo de las arbitrariedades del poder. Si a todos se les atan las manos a la espalda y se ponen mordazas en sus bocas, nadie hará un mal gesto ni dirá una mala palabra; pero ¿ vale la pena pagar ese precio? Muchos creen que sí, pero no los americanos. Yo diría que los Estados Unidos tienen temor a la cirugía, y se resisten a aplicarla salvo en casos extremos. La cirugía suele ser muy eficaz, pero es peligrosa, causa dolor, deja cicatrices y, lo que es más grave, disminuye la capacidad de reacción del organismo. Mejor que recurrir a ella, piensan los americanoos, es estimular al cuerpo social para que supere realmente sus males, para que los rectifique y corrija, para que transforme lo que es manifestación viciosa de algo que en el fondo está bien, es legítimo, o por lo menos es inevitable. De ahí viene esa extrafia «paciencia» en pueblo tan activo y em– prendedor, tan dispuesto a arreglarlo todo. Mejor que cubrirlo todo con una apariencia de perfección, hecha a partes iguales de coacción y de ocultamiento, prefiere poner al aire sus llagas y lacras, ocuparse de ellas, darles tiempo, confiar en que esa «vis medicatrix societatis,» esa fuerza curativa de la sociedad, con– seguirá realmente supe,rarlas. Los Estados Unidos, donde el extremismo florece siempre, lo dejan reducido a lo que llaman un «fleco demencial» -«the lunatic fringe»-, tolerado porque no es demasiado peligroso. Y no lo es porque el cuerpo social no se deja arrastrar ni dividir, sino que permanece unido, en concordia y sin acuerdo, y en– vuelve en desdén a los que le proponen su destrucción o la pér– dida de aquellas cosas sin las cuales acaso no vale la pena vivirn.

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