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presa de inteligentes hormigas con genio de querubes. Hay vestíbulos de hotel que semejan una feria, por sus dimensiones y la variedad de tipos y atracciones que albergan. Son hoteles enormes, de habitaciones mínimas para gente pobre. Personas, sentadas o de pie, esperan algún destino que no las ilumina demasiado ni las transfigura. En las ventanillas, hombres y mujeres en la edad de la eficiencia, entre vein– ticinco y cincuenta años. Cien letreros indicadores de todos los menesteres humanos, desde donde echar las colillas hasta donde hallar la casa religiosa más cercana, con los oficios de la propia confesión. Cada habitación es un cuchitril donde se ha agazapado la civilización y ha dado cita a todos los ar– tificios para luchar contra la realidad de la atmósfera en que vivimos corno peces desvalidos, si no como astronautas. Hay lectura para consagrarse a ella un buen rato, sin que se pierda el tiempo literariamente. Es la literatura de las instrucciones, informaciones, anuncios y consejos, a veces con máximas de grandes hombres y de la Biblia. Los redactores de tal literatura de habitación de hotel bien merecerían un apartado en los géneros literarios por su precisión, claridad, orden sistemático, arte de interesar, de intrigar y de suspender el ánimo hasta el final, y a veces, por la fantasía que le tienen que echar a las indica– ciones técnicas. Ni en dinero ni en fama están justamente retribuidos estos escritores anónimos de letreros y avisos. Son fragmentos retóricos llenos de estilo y de humanidad que pueblan la parte trasera de las puertas, las paredes a la altura de los ojos, las inmediaciones y contorno de cada botón, manecilla o aparato de funcionamiento más o menos complicado, en las mesas bajo la transparencia de sus cristales, al lado del ventilador, del acon– dicionador de aire, del regulador de corrientes, del grifo del agua fría, del grifo de agua caliente, del grifo del agua helada, junto a los mandos del televisor, giratorio según donde uno se encuentre en la habitación, en la ducha o en la cama, para elegir entre multitud de canales en casi todas las horas del día y de la noche, y las combinaciones posibles de la radio, según se prefiera música selecta, discursos políticos, oraciones y pláticas, noticias o secciones varias, para terminar o empezar de nuevo con la nutrida literatura de la nutrición, con listas de precios de bebidas, comidas, espectáculo~, excursiones y almacenes. Y detalle encantador: una almohadilla con alfileres, agujas, imperdibles, hilos, dedal y botones para los imprevistos de la vestimenta. Todo ello nos instala en un punto de sen– sibilidad abierto a todas las perspectivas. Todo esto en un hotel pobre. Las habitaciones de los hoteles de burgueses y ricos por sí solas se alaban y se discuten. 66

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