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Haz perfecto nuestro ideal, y que el próximo ciclo supere al anterior. Lo «insustituible» de Estados Unidos, ese su algo providencial y bello, parece que es también «indecible», como puede apreciarse no solo para los nativos o nacionalizados americanos, sino también para los extraños o simplemente inferidos por su atractivo y embeleso. Tal como nos lo pro– clama el Rabbi Abba Hillel Silver: «Dios lo edificó como un continente de gloria, y lo colmó de tesoros indecibles. He studded it with sweet- flowing fountains and traced it with long-winding streams. Lo alfombrón con praderas soft- rolling and colunmed it with thundering moun– tains. Le agració con bosques densamente sombreados, profun– dos y densos, y los llenó de canciones. Luego él llamó a millares de pueblos, gente, and summed the bravest among them. Llegaron de los confines de la tierra, cada uno conn su don y su esperanza. Brillaba en sus ojos el fulgor de la aventura, y en sus corazones la gloria de la esperanza. Y más allá de la bondad de la tierra y del trabajo de los hombres, fuera del anhelo de los corazones, y las oraciones de las almas, más allá del recuerdo de las edades y las esperanzas del mundo, Dios moldeó una nación en el amor, y la bendijo con celestial designio. Y la llamaron América». Todo esto es algo más que una conducta, una fe y una administración eficiente y armoniosa, aunque a la vez sea hipérbole y mito, según ocurre en el amor y en el gozo. Es el ritmo de unidad, compleja urdimbre de sinfonía: obvia como una naturalidad inspirada y una movilidad creativa. Nos lo va a decir de nuevo Julián Marías, en su «Análisis» y nos lo presenta como «el mismo sabor de la vida». Ocurre que, cuando llego a los Estados Unidos, cuando miro alrededor, cuando empiezo a instalarme, cuando me recojo en mí mismo para ir hacia mi exterior -vivir es un dentro que se hace un fuera-, siento una vez y otra la misma pulsación, el mismo latir acompasado, las mismas voces familiares, el mismo sabor de la vida. ¿Serán los árboles? ¿Serán las ardillas que trepan por sus troncos, saltan de rama en rama, buscan y roen calmosamente una nuez, la piden al transeúnte acariciando mimosamente sus manos, retozan en el césped? ¿Será esa pujan– za de la naturaleza, que reaparece en seguida, con sus ríos caudalosos, sus bosques, sus llanuras interminables, que frente a las construcciones de la técnica -aeropuertos, autopistas, puentes, embalses, altos hornos, fábricas, rascacielos, grúas de 673

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