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la compafiía del otro; indiferencia en los deberes religiosos. Los nifios no deseados. Tenemos que hacer de nuestras vidas en el matrimonio una Misa. La mujer más bella del mundo es la que aguarda un hijo, dividendo de maternidad que no esperaba. Crucigramas bíblicos, marianos. Basta ya de decir a las mujeres que son infelices o desgraciadas. Si las mujeres americanas son neuróticas, los expertos las están poniendo peor. La cuestión de la censura actualizada de nuevo en teatro y cine: es difícil encon– trar a algún adulto en favor de ella; y es casi imposible localizar a alguien que sienta de verdad que las películas no son censurables («vexing and unhappy situation,» llaman a la censura). El ronroneo de estas ideas vibra ante los ojos, en los oídos y en la con– ciencia simultánea y progresivamente hasta determinar una convicción: una actitud en la alcoba íntima o en los mostradores de los grandes almacenes; en los confesionarios, y en los comulgatorios. Aunque ello se perciba como inanidad, beatería o mitificación por parte de muchos observadores y vecinos indiferentes. Dios se crece así también, porque sigue como testigo inmediato sobre la crestería de Manhattan, o-digámoslo confidencialmente-es aquel peatón que cruza la calle, sin que los coches le puedan atropellar. Dios sale a recuperar las humanidades de hombres y de mujeres, caterva de pródigos y ángeles descarriados, a quienes saluda y redime con la voz de Jorge Bum, en el filme O God, igual que lo hace con el dependiente de un supermercado, hombre sencillo que ignora a Dios. A lo largo de la película, Dios, bajo distintos disfraces, le muestra su existencia y sentimientos. Llega el momen– to de despedirse. El Sefior dice al joven: «Bueno, muchacho, Goodbye! Me vuelvo a mis animales, que los tengo un poco abandonados.» ATRIOS Y CALLES La normalidad de lo sobrenatural en el hervidero de la ciudad má– quina, Nueva York, es el mejor fruto de sus libertades. Quizá esté aquí el valor real del Occidente, ante cualquier frontera sin Dios y sin libertad. Lo espiritual es aquí tanto más seductor cuanto más se le considera, fuera de aquí, incompatible con la confortabilidad, la exactitud frenética y el ma– quinismo. A la entrada de un templo, en la Quinta Avenida, se lee: «Puede Vd. pasar, si gusta; contemple, descanse, rece.» No está de más ninguna de las tres cosas, aunque se hagan tipor separado. Pero el hombre que mira en contemplación estética y se sosiega de los muchos avatares de la vida y, además, ora, entrando en co– municación con poderes rectores del mundo y de su e~píritu, no cabe duda que es dimensionalmente un hombre más íntegro, cabal. Desde este punto de vista, luego el tráfico, la hotelería, las tiendas, los anuncios, el color, todo resulta fuerte y candoroso como una admirable em- 65

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