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juego sublime de nuestro propio destino. El vivir el olvido de la apatía produce la mediocridad del siglo veinte. (M. Sloane) Me acuerdo -cuenta- de un amigo indio de Nuevo Méjico que vino de la reserva de Paos, a que le mostrara yo las maravillas de Nueva York, la ciudad y sus rascacielos por primera vez. Desde luego él estaba muy in– teresado en lo impresionante que era todo, y de repente me dijo: «Lo que más me impresiona es la gente. Todos ellos pasean y an– dan en su sueño. No tienen rostros». Tenía razón. Mírense autobuses, salones, metro, ascensores, restoranes, oficinas, bares, grandes y pequeños mercados, los peatones en los cruces, todos van con máscaras negras. Todo es automoción, con– gestión, afluencia, corno falta de propósito, con una inmensa tristeza y desinterés un awareness. En esto pasa una muchacha a lo largo de Fifth Avenue con la sonrisa en su rostro. Mira de frente hacia adelante. Entonces todos la miran. Una simple expresión humana ha roto, conrnoviéndola, la contextura de la existencia de una ciudad, y la ha llenado de rostros. He aquí la regla de oro yanqui, para mantener su resolución e imper– turbabilidad: Así corno el poder y la afluencia o abundancia no son la sangre viva del hombre, tampoco lo son de una nación. La declaración y expresión de un propósito escrito en 1776 creó la sangre vital y el patrimonio, herencia del sueño americano. El vigilar, estar in– teresados, mantener este propósito es importante. El fin viene con la despreocupación. el pasotismo. Nuestro Julián Marías señala varios puntos de esta vigilancia -«awareness»-. El americano ve muchos problemas, deficiencias, muchos errores; su conciencia moral -siempre despierta- se siente in– quieta por motivos que en otros lugares no interrumpen la digestión ni el sueño: la disminución de la libertad, la injusticia social para con algún grupo, la pobreza de algunos sectores de la población, la doblez de algunos gestos políticos, la mala calidad de algunas actividades intelectuales o artísticas, la inmoralidad de grupos sociales concretos. Siente el desconten– to, el impulso a disentir, discrepar, criticar. ¿En nombre de qué? No ya en nombre de la imagen en el espejo defor– mante. No ya en nombre de cada mal existente. Sobre todo, en nombre del futuro. Si en algo cree el americano es en al posibilidad de mejorar. La com– placencia tiene de malo que es un gesto de detención, de reposo, de sábado. Los Estados Unidos se han visto a sí mismo como una empresa, una tarea inacabable, una meta lejana y difícil de alcanzar. No vienen del pasado, van hacia el futuro; su unidad es la convergencia en un blanco al cual se apunta 667

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