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quierdista», religioso militante. La cuestión está en analizar si la victoria republicana venía ya preparada desde hacía largo tiempo por una renovación intelectual de la derecha o, más sencillamente, por el descontento de la población ante la serie de minidesastres económicos, acompañados de la pérdida de prestigio del país bajo la presidencia de Carter. Se conserva siempre una misericor– diosa mirada a los intelectuales. Se les ignora, les hacen trabajar y pesan en los nóbeles escandinavos, y son más que los rusos. Este conflicto entre los intelectuales de derechas y la «intelligentsia» de izquierdas está tanto más «libre» de otros elementos, principalmente políticos, cuando que aquí la política y cultura apenas se mezclan. Ese hecho da idea de la modesta influencia que los intelectuales conservadores pueden tener sobre la política presidencial, aun cuando el Presidente se llama Ronald Reagan y encuentre términos corteses y amables para referirse a los intelectuales. Precisamente no se trata de personajes espectaculares, del tipo Malraux o Solzhenytsyn. La influencia intelectual de la derecha se ha preparado en organizaciones: revistas, fundaciones culturales, univer– sidades libres, redes de eruditos que se dirigirán a los estudiantes con ocasión de «seminarios». Además de estas organizaciones, asegurando el enlace entre ellas, están los innumerables grupos de hombres de negocios cuya función es doble: asegurar, en parte al menos, la financiación de las revistas, fundaciones, etc., y servir de público a las reuniones, sesiones y seminarios. Sin embargo, es indiscutible que en la victoria de Reagan ha habido una parte determinada, y no despreciable, de un trabajo que tiene ya treinta años; trabajo «cultural», en el sentido americano del término. EL HOMBRE DE NEGOCIOS: EL «NUEVO MONJE» DE LA EDAD MEDIA El hombre de negocios desempeña en América un papel de monje de la Edad Media: está en todas partes, organiza, podría decirse que incluso «bendice» las operaciones y las actividades; les sirve de garantía ante el dios capital. La consecuencia de este estado de cosas es que casi la mitad de la ac– tividad intelectual y cultural de la derecha está consagrada a las cosas de la economía. A quien pudiera objetar que economía y cultural no son la misma cosa ni tienen la misma sustancia, el americano respondería que el pragmatismo exige su asociación. Ayuda a ello la mentalidad puritana, lo económico abre vías de acceso hacia lo cultural; por lo menos hacia la ciencia, la economía política, y una cierta concepción religiosa. 655
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