BCCCAP00000000000000000000550
dianes de la tradición histórico-religiosa, del individualismo ilimitado, del neo-economismo- pero, por el momento, sólo éstos consiguen establecer las vías de acceso a la presidencia. Del éxito de la política económica de Reagan dependerá que la influencia de los tecnócratas sea más o menos duradera. Así pues, para hablar estrictamente, no hay un «reaganismo» cultural o intelectual, hay profesores, economistas, publicistas, a lo mejor incluso politicólogos, que han contribuido a formar una alternativa al clima pro– gresista, que no ha dejado de degenerar desde finales de los años sesenta, y que continúa en la misma línea. Este estado de cosas tiene ciertas ventajas, siendo la más importante la de que el terreno de la política práctica está bastante bien aislado de la esfera, siempre en movimiento, siempre en agitación, de la cultura y de la vida intelectual. El reverso de esta ventaja es que las ideas no van a penetrar con facilidad en los despachos donde se prepara la política, no importa a qué nivel. Además, los intelectuales se dicen a sí mismo que sus obras son, políticamente hablando, actos gratuitos; la gran diferencia con Europa, a este respecto, es que en América los intelectuales aceptan este estado de cosas, salvo algunos exaltados que, por otra parte, terminan también por integrarse en el vasto «establishment», con sus reglas y su rutina. PROCESO DE LA «DERECHA» Y TECNOCRACIA Al cabo de una treintena de años de existencia, la derecha cultivada gana su apuesta y obtiene el fruto de un trabajo ininterrumpido. Revistas tales como National Review, Modern Age, Intercollegiate Review, o sea, los «grandes veteranos», vuelven a encontrar el punto de mira; su éxito se con– firma por la aparición de nuevas revistas que tienen éxito, precisamente, en– tre el público que ya ha adquirido publicaciones más antiguas, un público que se está haciendo más numeroso y respetable. Chronicles of Culture, publicación que data ya de hace algunos años, se especializa en la crítica literaria y artística, atacando los productos de la cultura «progresista». Continuity, que acaba de fundarse, es el órgano de los jóvenes historiadores que tratan de salvar su disciplina de una politización demasiado grande; la Heritage Foundation, que es un «lobby» más que un órgano cultural, publica centenares de libros y de folletos, fruto de una legión de in– vestigadores y asociados, que proponen alternativas a la política y a la economía de los demócratas. Si hoy en día Milton Friedman ha ocupado el sitio de John Galbraith, como el economista de más prestigio, es que hay signos de un cambio de orientación, que va más allá de lo estrictamente económico. He aquí el lado positivo de un movimiento, «intelectual» después de todo, que será o no conocido en la historia americana como la «era Reagan», fenecido ya el ejemplo de Carter, pío, compasivo, liberal, «iz- 654
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz