BCCCAP00000000000000000000550

estómago-ayuda grandemente a pasar el viaJe en avión como si estuviéramos en la terraza de un hotel para arcángeles. La deshumanización de los trámites se convierte en respeto a la in– timidad. Doña Libertad, la Grande, la Reina, la Presidente y Emperatiz, la de la antorcha en verdad olímpica del maratón del mundo del puerto de Nueva York, le acoge a uno como a un hijo, y allá, en lo más hondo del cielo neoyorkino, rosado y gris, el Padre omnipotente de todos los minúsculos hombres y mujeres sonríe y ve que todo rueda bien por América, desde Alaska a Miami. Tras un honesto formulario-el atenerse a las fórmulas encanta-salgo a la calle, desahogadamente, se siente uno desamparado. Nos hiere la desvalidez inicial en un país extranjero. Es puerta abierta a todas las posibilidades. Mas, aquí en América, disimuladamente se percibe que la única aventura es el orden, la ley, la rutina, y, por ello, el tedio y el crimen. No se presiente nada del Nueva York que todos conocemos sin haberlo visto. Vamos escoltados en todos los puntos cardinales por una masa tan compacta y maquinal de vehículos que sentimos la impresión de no avanzar. Me sentía leve pensamiento: por otra parte, inútil, en una atmósfera de má– quinas, que era lo importante y vivo. Tras rodar calles periféricas y hundir– nos en los túneles bajo el río, apareció el espectáculo soberbiamente humano de los rascacielos de Nueva York, difuminados en ligera y alta neblina. Saludé a extrañas catedrales aquí reunidas como en un certamen vivo, y apelotonadas de figuras divinas: un coro de gigantes, cantando tercetos dantescos. Me iban a guiar Virgilio y Beatriz y San Bernardo. Puse el reloj en la hora de Nueva York: tres menos cuarto de la tarde; ocho menos cuarto en Madrid. El rigor del alma se hace perentorio y toca fondo. Mi primera salida, como digo, es a San Patricio, catedral. Me encanta saberme católico y sacerdote en esta Quinta Avenida. Hermosos fieles--los encuentro a todos bellísimos-suben y bajan la escalinata que lleva al templo. La normalidad de lo sobrenatural en esta ciudad de la máquina, es divinamente consoladora y estimulante. Se va haciendo en Nueva York una tarde que es noche en Madrid y Málaga. El ángelus suena en el interior de San Patricio igual de entrañable que en la ermita de Nuestra Señora de la Paz, en Torremolinos. Luces y ocasos de la ciudad, Nueva York, donde lo sobrenatural es coetáneo de la moda. Las diferencias entre lo temporal y lo eterno fraternizan. Juntos entran en conflicto y, a la vez, se salvan. REDENCION NEOYORQUINA Se ve bastante gente que va hablando sola, moviendo los labios, rién– dose imperceptiblemente, haciendo visajes. Me explican: «es la soledad.» Quizás la libertad y aflojamiento de ideas y sentimientos en medio de la multitud. A lo mejor, algo más sencillo. Son tantas las academias para 62

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz