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¡GRACIAS A DIOS, HA Y AUN VIERNES SANTO!: EL VIERNES BUENO «¡No entiendo por qué lo llaman Viernes Bueno!». Así decía sin amargura, pero con cierto dejo de suave queja una sefiora de media edad cuya vida transcurría en el sufrimiento. A pesar de todo, ella se mantiene en la persuasión de que no hay motivo para quejarse de Dios y en la idea de que su faena es perseverar hasta el fin, cuando sobrevendrá el alivio supremo. Contempla a Jesús como un compafiero sufridor, cogido y atrapado en la misma trampa lastimosa e incomprensible que ella misma. La muerte de Cristo fue, como la de tantos de sus hermanos y hermanas, meramente la in– justicia final de la vida. Entonces o después, sin aparente conexión, la resur– rección fue el gran cambio. Para esta sefiora americana, la vida de Cristo llegó a un final sin sentido; y únicamente la resurrección fue el comienzo de su vida real. Ella parecía hablar de Jesús como se habla de la victima de un cáncer, que acaba de fallecer: «¡Pobre sefior Jones, al fin descansó!». La muerte ¿gloriosa? Desde luego es verdad que toda muerte humana es un desatino un disparate, a menos que se la vea bajo la luz de la muerte de Cristo. Incluso cuando alguien muere tranquilamente en el suefio, la muerte es el desguace de las piezas de la obra maestra de la creación. Para la vista natural la carne se convierte en carrofia: el espíritu se marchita, se fantasmiza al divorciarse de la carne. El ser maravilloso que puede pensar y reir, que es capaz de elevar la tierra a Dios en la plegaria y abrazar y besar a otros seres humanos con un amor semejante al de Dios. se desvanece como una pavesa al soplo de la noche. Desde el punto de vista humano la muerte es la tragedia más grande de la historia humana, repetida sin sentido miles de veces cada día. Pero los cristianos tenemos perspectivas diferentes. Por el lado negativo, sabemos que la muerte es «el salario del pecado». No que cada persona muera como resultado directo de su pecado propio, de él o de ella, sino que aún el inocente muere por su solidaridad con la raza humana que le corta, separa de Dios. Cuando la humanidad hizo su «declaración de independencia» de Dios, se quedó tan sin vida como una rama desgajada de su árbol. Otros comentarios e inteligencias del pecado original que pueden estar en boga, no son del dominio del sentir corriente del cristiano ni en Estados Unidos ni en otras partes, ni en ningún caso cam– bian el tiempo en que las hojas verdes se convierten en polvo. Pero por el lado positivo, los cristianos tienen otro segundo aspecto. A despecho del miedo normal de la muerte, los cristianos pueden ver «gloria»: la gloria de la muerte de Jesús en sí mismos. 625
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