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en sus «cruzadas», como las de Billy Graham que promocionan recogimien– tos y pasos adelante hacia el «encuentro». Biblias en los despachos de los escribas, banqueros y publicanos puritanos de Wall Street. Y biblias entrañables en carteras y bolsillos, y en almas de personas innumerables, con nombres semitas y cristianos, sajones, latinos e indios. Todas estas nobles gentes y sus biblias son también las de las Escrituras abiertas a las civilizaciones, y son asimismo los transeuntes y habitantes de la vastedad yanqui. Unas y otras, las de los Testamentos y las de la anécdota de cada sitio y de cada instante son identificables sin demasiado esfuerzo. Basta contemplar y sentir: soñar americanamente. Puede ocurrir incluso la pregunta: ¿Hay de verdad diferentes cristianismos?. Hoy por hoy no es descabellado palpar que aquí en USA hay un sueño occidental inmigrado y superándose, a la vez que disfruta juvenil y activamente: «el encanto de la antigua religión», incluida, por supuesto, la anterior a la Reforma, la de los pioneros y de las Edades Medias hasta la primitiva. Reina «el encanto de Cristo», y el de sus gentes del Antiguo y del Nuevo Testamento, con el aire de los «espiritus del 76». Total: cultura y civilización, intentos y venturas de historia y presencia. ANTIGUO TESTAMENTO Eva: soliloquio ante el árbol: «Mis ojos inocentes se dilataron ante la vista deleitosa del árbol y su fruta. Soy extraña y nueva. Una voz me dijo: ¡Come!». Mujer de Lot: Su corazón es una luna de cristal. Agar, madre de Ismael: El ángel verde habló. Surgieron reino y profeta. Noé: al regreso entusiasta de la paloma, ya antes del primer trago: «Vamos a vivir y criar nuestros hijos». Jacob: cualquiera yanqui religioso y vital puede describir su lucha con el án– gel del Señor. Estaba luchando cuerpo a cuerpo con un hombre, pecho contra pecho. Fraternalmente estábamos trabados en combate. Yo luchaba con todos mis arrestos. Sentía a través de su extraño cuerpo algo celeste que provenía del cielo hacia la noche. En la oscuridad, yo sudaba como si fuera mediodía. El ardor muscular iba y venia en nuestra agarradura. Aguanté toda la noche sin vislumbre de rendirme, aunque la fuerza de un gran antagonista fluía sobre mí. No nos tirábamos del pelo. No era 619
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