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muchos de nosostros habíamos creido: sed de misterio, signos, ritos, comunidad, reunión: la religión sigue. Predice finalmente el gran peligro del cristianismo, si no cambia pro– fundamente. Su fe se hará pluralística ante el Hombre cuyo nacimiento se celebra el 25 de diciembre, pero cuya historia parece tan desconocida y pervertida por generaciones de prelados angustiados, y por grandes y no grandes inquisidores de hoy, y que han hecho que apenas conozcamos al Cristo. Y ofrece un brindis navideño: el de un Ebenezer; poco más o menos: ¡ Bebo y brindo por la fiesta en la que celebramos la tierra y la carne, en medio de nuestras tiranías, por la vida absolutamente libre cada día, y que alguna vez lo logremos! Si la imagen de este Cristo yanqui pudiera parecer superficial, acaso pintoresca, disparada y, en verdad poco original, no hay que extrañarse, porque efectivamente, la otra imagen de la devoción, de la ascética y de la mística, y por supuesto de la plástica y lo vivencia! de las conductas, criterio y modos de su Cristo de ideas y prácticas, es al fin y al cabo realidad radical presente del Cristo del Viejo Mundo, y sencillamente su verificación en América justifica su importancia, su identidad por su actualidad del Cristo Euroamericano. No hay más que un Cristo común, incólume, universal, católico: Uno. El complejo de la cristiandad yanqui, sin embargo, multiplica, intensifica y depura su encanto y proyección, por razón de las coyunturas civiles y actuales de su existencia, digámoslo: por su civilización y cultura; por algo cuyo término no gusta a los estadounidenses: hegemonía. Es conocido el tema de su cuestión disputada de si su democracia es religión civil o civilidad judeo-cristiana. En todo caso Cristo es irreversible, Cristo concreto, Dios y Hombre magnificado, que es bastante más que muerte y sueño, del que en Navidad cantaba H. W. Longfellow: Las campanas sonaron suaves y profundas: «Dios no ha muerto; ni siquiera duerme. El mal fracasará; prevalecerá el bien con la paz en la tierra y buena voluntad en los hombres». En otro capítulo sobre «el año del Señor» nos hemos dejado embargar por la Navidad yanqui, «Estados Unidos: Belén». Pasemos de momento a mencionar siquiera el misterio poético y silencioso de su vida oculta, despaciosamente privada hasta desplegarse en el proceso torrencial de su Pasión Pascual y Resurrección. 615

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