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al pie de la cruz, dolorosa y sollozante apenas. Pobre Madre meditativa en su silencioso y valiente llorar. Dulce Madre, amante valerosa, contágianos los latidos de tu corazón, latidos de pena, de pena compartida, de pena llena de esperanza y que se consuela a sí misma con la divina encomienda de ser Madre, intercesora maternal, entre Dios y los hombres. El supremo dolor, sin dejar de serlo, se convierte en la mayor delicadeza de tu bondad, Jesús agonizante. Todo lo has logrado, incluso mejor de lo que planeaste en la eternidad y ejecutaste en breves días de esta nuestra tierra y Calvario. Todos los instantes te contemplan y adoran. Dinos una vez más lo que piensas de tus hermanos y amigos, hombres y mujeres; cómo nos amas, quién eres y cómo eres. Jesús sacrificado, primicia de muertos resucitados, dinos tu orden, tu gesto, tu razón, tu éxtasis y danos tu abrazo. CRISTO EUROAMERICANO PASCUA PERENNE Osadía, sectarismo y curiosidad insana se han mancomunado para presentar irresponsablemente y, a veces, sin decoro, el «signo de contradic– ción», (Luc. 2, 34): Cristo Jesús, y sus imágenes, incluida la evangélica. Resaltan, con exclusividad y desarmonía, que en el Evangelio Jesús no ayuna, como y bebe con pecadores y acepta situaciones en bodas y reu– niones sin rehuir el trato con gente irregular y En estas deforma– ciones se culpa a la catequesis y a las escuelas dominicales de haber deteriorado ese «hermoso retrato», más que cien legiones romanas. Algunos profanadores del título de teólogos han expuesto tímidamente de «color de rosa)) las relaciones con las mujeres, y se molestan de que el tema haya sido tabú. Han llegado algunos, como Tom Driver, del Seminario de la Unión Teológica, más allá del tabú, hasta el extremo de considerar la resurrección como «el despertar de la sensualidad». Por supuesto, escritores del «Play Boy» y otras revistas del mismo jaez, y publicistas, como el autor de «The Man who died» y el dramaturgo Michel de Ghelderode en su play o comedia «The Woman at the Tomb», insinúan relaciones más concretas, basados en que «el Profeta de Galilea no fue un fakir, ni un Juan Bautista ni un esenio», y echan sobre ciertos clérigos célibes el haber presentado un ser andrógino y de ofrecérselo así al arte. Figura que, por otro lado, con– traste con el rigor de un predicador de prohibiciones hasta hacer de él un fariseo más, del grupo de los que él mismo combatió, ya que El -prosiguen las interpretaciones arbitrarias- rehuyó esos temas moralizantes y «se remitió» al nivel más profundo de cada uno, para que decida por sí mismo. Suelen añadir, sin embargo, que no quieren decir que Cristo no se interesó por la gran ética de la vida. Pero que hay diferencia entre la moral genuina y el mezquino moralismo cicatero. Jesús -deciden otros- puso ahínco en contra de la obsesión del poder y del dinero, luchó contra el odio racial, la religiosidad «perfeccionista», la petulancia intelectual y contra cualquier forma de altanería cultural. Pero no fue un proveedor de normas y reglas. 613
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