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Es todo un hombre y todo un Dios. Hosanna, Luz del mundo, Superlucero del alma, gusano de oprobio bíblico, casi sin rostro. Pero todo espejo, fuego, camino, verdad y vida: niño, adolescente, joven maestro, profeta, Hijo del Hombre, Hijo de Dios. Sigues siendo peligroso y seductor, blanco de contradicción, armonía de nuestros intereses y los requerimientos divinos; Paz, paz, paz, eres cuanto necesitamos. La ciudad y el lago se revuelven en la tormenta. Jesús está tranquilo, casi frío, si se piensa en su Divinidad. Pero la ha domado, la ha doblegado hasta hacerla viandante, sudorosa, desodorada y febril, divina a golpes de su humanidad incorruptible, pero moldeable para ser destrozada, vallada de espinas, crucificada, desangrada de linfa y suero, penetrada de lanza y miradas lúbricas y blasfemas, de escupitajos, perfumes y bálsamos de funeraria. No le podemos ni alzar más alto ni descender más bajo. Y todo por causa de integrarse en nuestro universo y con ocasión de que por un hombre, el hombre, vinieron el pecado y la muerte; y por otro, por El, Jesús, volvieron, están volviendo la gracia y la vida. Porque se creó y resultó el Cristo Amor, la seducción, encanto y garra del Rey Carpintero, el Dios que quiere y puede morir sin dejar de serlo. Las muchachas ovacionan. Cien mil; más de cincuenta mil; amor, amor hasta el histerismo y el éxtasis. La devoción es música, oración, ademanes y aplausos. El camino de perfección se desenrolla hasta los altares y comulgatorios en danza de nubes y despliegue rítmico y lento de biografías interiores. Las muchachas viven monasterios con votos de an– cianidad reflorecida, y otras alzan y ahuecan sus manos para comulgar y salir presurosas a la oficina, al taller, a la universidad, a la contaminación, a la calle, hermoseada, por ellas, destinadas al génesis y al apocalipsis: a criar y ser recordadas. Y Tú agonizando siempre, glorificando siempre, más allá de la Cruz perdido en tu resurrección constelada, sin planetas, palabras, palabras de Dios en el misterio de su gozo y de su tormento, en sus despedidas de ser hombre: Padre, perdónalos. No saben lo que hacen. Hoy estarás conmigo en el Paraíso. Mujer, ahí tienes a tu hijo. -Ahí tienes a tu madre. Tengo sed. Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado. Todo se ha consumado - Todo se ha cumplido - Está cumplido. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Cristo, Tú sabes que Te amo; sabes también que vacilo y balanceo. Creo en Tí, que no es tan fácil como amarte. Gracias a Tí soy salvo. Estoy junto a Tí. Tócame. Hazte en mi interior hasta inundarme y, aniquilán– dome, recreádome de mi nada, sea totalmente tu presencia. Que ella inun- t:02
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