BCCCAP00000000000000000000550

estilo de «uno-de-vosotros». Tu noche atroz, idas y venidas a varios tribunales: Anás, Caifás, Pilato, Herodes, Pilato: tu circuito de oprobio, de flagelación, de espinas, de juerga soldadesca y autoridades profanadas e im– periales. Uno-de-vosotros, Judas, ¡enhorabuena por tu quehacer! El teatro te lo dice: ¡Bien hecho, Judas, buen viejo Judas! Pronto hiciste lo que tenías que hacer. Gracias por tu víctima. Es probable que llegues a verla en la cruz. Le dicen a Pedro: Te conocemos, tu acento te delata, tus jornadas con El-¡No le conozco!, lo juro. Mientras, la Magdalena piensa y susurra: «Esto ya nos lo había dicho. Me asombro cómo lo sabía». Ahí está ante Pilato: ¿Quién es ese desgraciado? -Un tal Cristo, Jesús, rey de los judíos- Es un rey parco en palabras, tranquilo ante su hado. -Si es Galileo, llévenlo ante Herodes. Entre tanto Judas muere: ¡Dios, le he visto, está ya casi muerto. No he sabido amarle y a la vez que traiciono, me suicido: ¡Pobre Judas, chao Judas. A más ver, Judas! La gente clama: ¡Necesitamos que sea crucificado! Necesitamos ser redimidos. Es Rey del más allá y más hondo que el mundo. Es Dios sobre nuestra sangre y nuestros corazones, sobre nuestros hijos y nuestras hijas. Flagélalo, si quieres y corónalo de espinas para que nuestra carne se retuer– za más aún que nuestro espíritu. Ponle la púrpura y la cafia, para que sea el Hombre, el Hombre. ECCEHOMO. Imponle la cruz, y llévela, no en pro– testa, sino a rastras, hasta que se caiga y vea a su madre -ojos filiales y maternos con agua de luz-, lo desnuden y lo claven. Necesitamos a este Hombre, Rey, Dios, Evangelio y Eucaristía. Si quieres la paz de tus suefios, como lo queremos nosotros, tienes que condenarle. ¿No aprecias cómo nos gusta Barrabás, y nos interesa? Crucifícale. No te has enterado de que pecamos igual que tú, Pilato, y que como tú, somos cobardes, aunque nos lavemos las manos y sofiemos maldiciones, pesadillas y risas de bestias. ¡Crucifícale: que se maten con El los pecados de todos los adanes y evas. Crucifícale, y cantaremos ¡hosanna! ¡aleluya! SOLILOQUIOS 598 Mi cabeza se cifie con un bosque. El bosque es de espinas que brotan de los más bajos arbustos. Tiras de piel cuelgan en mis espaldas. ¡Padre en los cielos! ¿Cómo puedes permitir que se me dé esto? Mi cerebro sigue vivo a través de las acerbas cosas que se encrespan en el fondo. Mi espalda sufre terriblemente azuzada en su piel, tundida como

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz