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En este fundamento de verdad se asienta nuestra devoción, así como la piedad y belleza de estas definiciones. SU ANIMO Pero los momentos del Viacrucis están precedidos de una situación de ánimo de ser Redentor que impregna y estimula toda la vida de Jesús hasta culminar en los pasos de la Pasión. ¿Con qué sentimientos y presentimien– tos; en realidad, con qué sabiduría le sobrevinieron a Jesús los aconteci– mientos del Viernes Santo hasta las tres de la tarde? No tenemos más que seguir el relato de los Evangelistas: «Entonces vino Jesús con ellos a un lugar llamado Getsemaní y les dijo: Sentaos aquí mientras yo voy allá a orar. Y tomando a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo comenzó a en– tristecerse y angustiarse. Entonces les dijo: Triste está mi alma hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo. Y adelantándose un poco, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz. Sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieres Tú». (MaL 26, 36-40) San Juan nos refiere el estado de ánimo de Cristo en el mismo día de su entrada triunfal en Jerusalén, en ocasión de responder a unos griegos que querían hablar con EL Jesús se explica: «Es llegada la hora en que el Hijo del hombre será glorificado. En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo; pero si muere, llevará mucho fruto». (Juan 12, 23). Añade luego: «Ahora mi alma se siente turbada. Y ¿qué diré: Padre, líbrame de esta hora? ¡Mas para esto he venido yo a esta hora! Padre, glorifica tu nombre. Llegó entonces una voz del cielo: «Le glorifiqué y de nuevo le glorificaré». (S. Juan 12, 27-29) Cristo, pues, se acerca al Viernes Santo con pena, con desolación y angustia, y a la vez con certeza de glorificación. Y ya prisionero en el Huer– to, con valor de Hijo del hombre, Hijo de Dios. Cuando Pedro descarga la espada y corta la oreja a un siervo del Pontífice, a Maleo, Jesús le detiene: «Mete tu espada en su sitio-. El cáliz que me dio mi Padre ¿no he de beberlo?» (S. Juan, 18, 11) Y he aquí el cáliz ante el cual tembló, hasta el sudor de sangre: «Se le apareció un ángel del cielo que le confortaba. Lleno de angustia, oraba con más inteasidad; y sudó como gruesas gotas de sangre, que corrían hasta la tierra». (S. Luc. 22, 43, 44) Pero el sentimiento que lo domina es la pasión, el ánimo de realizar su «bautismo de sangre redentora, pasión que no puede ser producida más que por el amor: (Juan, 13, 11). Antes de la fiesta de la Pascua, viendo Jesús 595

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