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especulaciones, se simultanea en el mundo anglosajón, y esto muy especialmente en USA, al ponderar los «encantos de la vieja religión». El hecho más dinámico es la vida trascendente de Cristo. Cristo es el más exacto sentido de la Humanidad, no solo por el establecimiento de la verdad moral, ni siquiera por santidad, bondad o justicia, sino por causa de su poder de reforzar la verdad y la justicia y la paz con el poder de su divina personalidad. Lo que hace falta es creer en El. El no ha dichos cree en el bien, en lo justo, sino cree en Mí. La Navidad es siempre posible. Cual– quiera madre humana, puede decir y vivir el acto y el pensamiento: al con– templar a su recién nacido: FE Entonces me sentí como María, teniendo a mi niño a mi pecho, como Ella le tuvo a El. El tema de la poesía religiosa, o más bien, el de la actitud de la poesía ante la fe, ha sido el argumento quizá más frecuente en colegios, univer– sidades y liceos de Estados Unidos. Poetas, lectores, estudiosos, conferen– ciantes y profesionales de los Medios de Comunicación Social, de la música y el disco, gente que se balancea entre el reporterismo y la novela, han in– crementado el interés general por la poesía y por su contenido de pro– clamación divina. Así lo reconoce E. Mims. N. Wilder, en su libro «The Spiritual Aspects of the Poetry» resalta la observación, algo chocante, de que a muchos poetas, como a tantos que no lo son, les aparta de la temática religiosa cristiana el ascetismo de Jesús, como «incompatibilidad de la Vida con la vida», lo cual es supuesta negación del auténtico vivir. «Dionisio y Plotino tienen más aceptación. Los mismos predicadores los imitan». Sin embargo, la poetisa Marianne Moore sigue proclamando con voz heráldica que La estrella de David, la Estrella de Belén, el León negro imperial del Señor es el emblema del mundo que resurge. Y Robinson Jejers, arenga: Cristo fue vuestro Señor y Capitán en toda vuestra vida. No le podéis fallar. El proceso de recuperación se verifica entre nosotros hacia el espíritu, la belleza y la armonía, tal como lo formula el poeta menor yanqui Patrick Kirby: 583