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y occidentales, con sus gentes del hogar, de la calle. Cualquier lugar es sitio de adoración en espíritu y verdad, al menos en la intención. Uno de los tim– bres de los Estados Unidos de Norteamérica, según solía decir John Edgar Hoover, el Presidente de la Gran Depresión, de 1929, es ser la nación donde Dios es adorado en más formas. Podría pensarse así en un Panteón yanqui, que se va haciendo, como el otro, clásico. Si cuantitativamente puede que a primera vista no haya hipérbole en esa afirmación de oratoria presidencial, hay que añ.adir que tiene cierta lógica el hecho de que esas formas, tantas, sean, a la ve, alternativas dispares, muchas de las cuales prosperan en Estados Unidos provenientes de su más materna patria Inglaterra. Indiquemos algunas más diferenciadas o notables por su significancia. Thomas Stearns Eliot (1888-1965), en medio de lo que Walter Lippman llamó «la acidez de la modernidad», denuncia el mundo de nuestros días, en el que el vicio ofende más por la fealdad que por su pecaminosidad; y la bondad tiene su atractivo en belleza moral más que en la virtud: este mundo que tiene conocimiento del charlar, pero no del silencio: conocimiento de las palabras e ignorancia del verbo. Todo nuestro conocimiento nos lleva más cerca de la ignorancia; y nuestra ignorancia nos aproxima a la muete. Pero la proximidad de la muerte no nos acerca a Dios. ¿Dónde está la vida que hemos perdido viviendo? ¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en el concocimiento?. Pero en «esta vasta tierra» de desolación, terror e ignorancia, el «Asesinato en la catedral», la sangre de los mártires, hermana de la sangre de Cristo, sigue recordando que el halo de la santidad no faltará en nuestra tierra. Y que el lirio pascual, según John Masefield poeta inglés, bendecirá la primavera y el corazón del hombre: ¡Oh amable, límpido lirio, ¡oh lirio de la verde primavera, ¡oh lirio encendido en blanco, querido lirio de las delicias, ábrete en mi corazón y pueda yo florecer para los hombres! La poesía yanqui, como en todos los países y de manera muy intensa y cada vez más actual en Estados Unidos, se alía con la música y a la vez ha intentado resaltar el puesto de Jesús en «nuestra democracia», como fue la labor de Vachel Lindsay (1879-1931), labor que se viene intensificando en los movimientos musicales y teatrales de las últimas décadas, como Cristo Superstar y Cospel, en concentraciones masivas y grupos trashumantes, en campos universitarios, plazas y calles. La ciudad cristiana, el pueblo real en su poesía y filosofía inmediatas y ante los avatares de su vivir más próximo, pueden y gustan la inmediatez de Cristo creador y viviente en las incidencias humanas. Y resumía su ideario: 577
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