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campanas y las espirales del incienso proclamando la elevación de la santa Hostia... En EVANGELINE, exalta el espíritu del lado del cristianismo: Amo este aspecto del cristianismo que te vigoriza con fervor afectuoso, de corazón delicado, y que nos impregna de nobles y liberales sentimientos. En la ordenación de su hermano, Samuel Longfellow, medita: En este templo, Cristo de nuevo ha repetido sus sagradas palabras, y sus manos invisibles hoy se han posado sobre la cabeza de un joven... ¡Oh Santa confidencia! Semejante al joven Juan, predilecto, tu cabeza ha reposado en el pecho del Salvador. Puedes hacer sereno sus jornadas. En sus poemas contra la esclavitud identificará el sentimiento de liber– tad y de la verdad con el espíritu de Cristo. Longfellow, en su última obra «The Search», «La búsqueda» de Cristo, finalmente lo encuentra en una ruda choza: en un niño desnudo y habriento, y un pobre esclavo, que busca su libertad: Yo me arrodillé y lloré. Ya no tengo que buscar a mi Cristo. Su trono está con los abandonados y los débiles ... En otra dimensión puede contemplarse la descripción de Lowell en un canto sencillo a una reunión del culto entre los cuáqueros de Pennsilvania. Se compone de lecturas y diálogos sencillos, espontáneos, corno entre parientes y amigos, hogareño sin majestad ni retórica, brillante sólo por su sencillez sin ambón ni púlpito: iglesias totalmente domésticas, que ar– monizan quizá con las pequeñas reuniones de cargadores temporales, de mendigos o semiparados recién salidos de las tascas y bares, adormecidas y ahumadas de los muelles de Chicago o Nueva Orleans, y que acuden in– vitados a pequeñas capillas, más pobres que escuelas rurales, de bancos sin respaldo o sillas metálicas desvencijadas que sostienen apenas aquellos cuer– pos y almas, de marinos sin barco o transeúntes sin hogar y que el buen amigo el Ejército de Salvación reúne en locales tránsfugas para instalar y montar la presencia y la manifestación de algo que aproxime a todos la bon– dad y el amor de Dios, a la vez de las gentes, en las márgenes de los mares de este mundo extraño y cerca del «mar silencioso de la otra vida». Porque la fe no debe atribuir a Dios cualidades que no se hayan elevado aún al nivel humano de la bondad de la tierra. 575

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