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«La estrella de Belén, el Cristo de la Navidad anglosajona que reinará de polo a polo y será el Seflor de todo el alma humana». Ralph Waldo EMERSON, (1803-1882) poeta y ensayista, es el patriar– ca de una actitud cósmica, poética, espiritual, que es el sentimiento pro– bablemente más difundido en el mundo yanqui. Su filosofía trascendental contempla el mundo que vemos como una representación simbólica de la vida interior, y carga el acento en la libertad individual y el compromiso personal -self-reliance-. La postura y la influencia de Emerson tiene mucho que ver con el sentido yanqui de «lo inspiracional». La inspiración es universal. No puede suplantarse y es peligroso hacerlo por los credos o confesiones que la absorban o esclavicen. El Espíritu de Dios es fuente de todas las ideas y emociones y la revelación personal de Dios al hombre es in– sustituible. Ritos, ceremonias y credos son provechosos y válidos en cuanto instrumentos de un fin en conformidad con lo anterior. Jesús es la suprema incorporación de estas ideas fundamentales. Jesucristo pertenece a la raza verdadera de los videntes y de los profetas. Vio con ojos lúcidos el misterio del alma. La armonía, la belleza de su alma fueron su intimidad. Unico en la historia para estimar la grandeza del hombre, vivió que Dios se encarnó a sí mismo en hombre para tomar posesión de este mundo. Emerson dijo en su jubileo: «Yo soy divino. A través de mí Dios actúa, me ve; cuando tú también piensas como yo pienso ahora. Así es El, el alma de la historia, y ha sublimado en ésta la dignidad del hombre». El peligro es que la personalidad de Jesús resulte transformada por sus interpretaciones religiosas o por la denominaciones en «mera tradición» y, en algunos casos, en «mito». La gente sustituye un credo acerca de Jesús por su propia personal realización de la presencia actuante de Dios en sus almas. Esto es algo típico de la religiosidad yanqui, y así lo expresan sus poetas, especialmente los protestantes, de suerte que la identidad de Jesús aparece doblemente lírica. Henry Wadsword Longfellow intensifica la imagen de la antigua, ama la fe del pasado en sus formas, ritos, escenografía, arte y sen– timientos, medieval y romántica, actitud también representativa de la In– glaterra Medieval y del Romanticismo postvictoriano y del movimiento de Oxford. Pasaron los excesos de algunos cuáqueros la persecución de bru– jas, ahorcamientos y simulacros inquisitoriales. La voz de Jesús suena ahora plenamente en la «Galilea entera: el mundo», diciendo: a los muertos ¡Levantaos!. A los vivos, ¡seguidme!. El poeta de Acadia Longfellow, amó la gran rosa del Paraíso de Dante, la Santa Comunión, el órgano, los him– nos latinos de paz, de amor y de luz, la bendición del Espíritu Santo, las 574
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