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noción de salvación y el culto cristiano entre luteranos, episcopalianos y católicos. Cuentan también los no creyentes. El libro Living Room Dialogues, está orientado al estudio y la acción. Se viene usando por cientos de matrimonios pertenecientes a distintas confesiones cristianas. Sirve como medio para prolongar la influencia de la Semana de Oraciones por la Unidad Cristiana e implica así a la familia en el movimiento ecuménico. La Biblia, la acción social y los festivales de la fe son temas muy dispares en apariencia, pero no faltan nunca en el camino hacia la ansiada unidad. Es el Espíritu el que, tras el Concilio, ha precipitado la riada emocional y dialéctica del ecumenismo, en concreto, en este país. Esta lluvia de luces, tan maravillosa como es, apenas si ha refrescado la esencia y el vigor de un concepto, el más beligerante del cristianismo: la Iglesia. En ésta y por ésta, en el teatro de la humanidad Cristo Ecuméncio sigue crucificado y llagado por los amores de sus amigos. El PINTOR CHINO QUE SE ESFUMO EN SU CUADRO Y El CRISTIANO Lo más ecuménico que sucede en el universo de la religión y en sus galaxias es la búsqueda de Cristo. O sea: el llamamiento y la urgencia de Dios. El hombre, el cristiano, singularmente el yanqui, seguirá viviendo in– dividual y pluralista a la vez, por idiosincrasia, por nostalgia y por nomadismo hacia lo divino. La parcela china de Nueva York es lugar apto para meditaciones, o, al menos, estas pueden suscitarse con el estímulo de mundos extraños que se abren en cualquier ciudad cuando ésta nos enseña de improviso «otra ciudad» y remueve así el secreto de la Ciudad de Dios. En el Chinatown reverdece esta leyenda: Era una vez un pintor chino. Pintaba un paisaje de suaves montañas, campos sedosos, un río corno de cuentos de hadas, los perfiles nítidos de tinta china y las flores, las casitas y los pájaros de un valle largo que se desvanecía en colinas, gradualmente más azules, más violeta, más níveas. El protagonista del cuadro era el camino: un camino sólo hecho de pisadas de hombres y de animales, zigzagueante y más o menos estrecho según la liber– tad que le daban el río, los campos y la sombra de las montañas. El pintor amó su paisaje y un buen día se echó a andar por el camino de su cuadro. Y no volvió. ¿Qué seducción encontró el pintor en su horizonte para no volver? ¿Dio con el paraíso perdido o con un país de asombro ante cuya con– templación se anuda la gargante y desfallece todo deseo? ¿Acaso miró las cosas de este mundo-su envés o revés-y no le satisfacieron ya, prisionero del misterio de sus propios mundos interiores y muy remotos en lo infinito? Si raro es que no volviera, lo más intrigante es que pudo ir. Pero, ¡cuánto nos gustaría a todos que volviera y no se hubiese esfumado para siempre! 55

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