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«La mitad de la alegría de vivir es la alegría de dar alegremente. La otra mitad es la alegría de agradecer sin límites. Hay infinitas cosas en la vida que no podemos pagar de otra manera que di– ciendo: ¡Gracias!» En el «supermercado». Aquí asoma un poco el cálculo yanqui. Nada es ganga, a no ser que lo necesites. ¿Puedo dar ese precio?. ¿Merece en realidad ese precio?. Judas consideró tarde lo que pagó por treinta monedas. El quinto punto de estas actitudes devocionales lo constituyen «las manos de Cristo»: Tomando al ciego de la mano, le sacó fuera de la aldea, e imponiéndole las manos, le preguntó: ¿Ves algo?. De nuevo le puso las manos sobre los ojos ... (Marc, 8, 23-25). Eran las manos de Jesús, obrero manual, en los días de María y José. No son, desde luego, devociones demasiado difundidas. Pero sí merecen tenerse en cuenta junto a las más próximas católicas de la Iglesia y del reino de los cielos, que ya se está verificando en la tierra. Esas devo– ciones a la cuna de un Niño, a la legión de esas buenas y hermosas personas que son los santos; a las manos orantes de una madona, a la cruz de un pobre infinito, a los ángeles del Resucitado, junto a una piedra; a la Santa Forma, y al Cáliz del Amor, Dios de nuestros comulgatorios y sagrarios. En todo caso, la devoción es gusto y saboreo de la vivencia religiosa, aperitivo y postre del dogma y del sacramento; preámbulo y viático episódicos de la vida sobrenatural y del proceso místico. ¡S/GUELE! En cualquiera de sus grados y estilos la devoción cnstwna ha de referirse a Cristo, a su Persona y a su acción y verificarse en el seguimiento del Señor. Tal es la substancia del ecumenismo fundamental. Así lo precisó Howard S. Bliss en su poema «The Modern Misionary»: ¡Síguete! ¿Te salva Cristo de tu pecado? Llámale Salvador. ¿Te libra de la esclavitud de tus pasiones? Llámale Redentor. ¿Te enseña lo que nadie te ha enseñado? Llámale Maestro. 565

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