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¡Triste país... !. Para mí una de las cosas más tristes de España es que los españoles no podemos ser frívolos, no podemos ser joviales. A lo que Unamuno replicaba: Y yo digo. ¿No vale la pena de renunciar a esa agradable vida de Francia a cambio de respirar el espíritu que puede producir un Cervantes, un Velázquez, un Greco, un Goya? ... Para mí una de las cosas más tristes de España sería que los españoles pudiésemos volvernos frívolos y joviales. Entonces dejariamos de ser españoles para no ser europeos siquiera. Entonces ten– dríamos que renunciar a nuestro verdadero consuelo y a nuestra verdadera gloria, que es eso de no poder ser ni frívolos ni joviales. (Sobre «Europeización») Desde luego, Unamuno, poeta del Nervión y el Tormes, y Profesor de Salamanca, sobre lo mundano y frívolo da la preferencia a la seriedad de lo inmortal personal, las dos cosas inseparables. En esta su actitud de ser y ser persona inmortal es la que persuade al cristiano yanqui, protestante o católico, de que Don Miguel es altamente religioso, aunque las siguientes palabras, en cierto modo propias de un místico hispano, según ellos, no les haga despreciar los valores fruitivos del prototipo humanista americano. «Yo necesito la inmortalidad de mi alma; la persistencia in– definida de mi conciencia individual, la necesito; sin ella, sin la fe en ella, no puedo vivir, y la duda, la incredulidad de haber de lograrla, me atormenta. Y como la necesito, mi pasión me lleva a afirmarla, y a afirmarla arbitrariamente, y cuando intento hacer creer a los demás en ella, hacerme creer a mí mismo, violento la lógica y me sirvo de argumentos que llaman in– geniosos y paradójicos los pobres hombres sin pasión que se resignan a disolverse un día del todo». Dicho esto, le queda al pensador y lírico de Bilbao y de Salamanca, un quebranto mental, la angustia razonada y aliviada, pero siempre angustia, que viene a ser una actitud que toleran más creyentes y practicantes de los que se supone. Es lo que podríamos llamar el «síndrome de las creencias», que acontece en las cristiandades americanas y europeas, yanquis e hispanas. Es un encontrarse a contrapelo, o más o menos confortablemente instalado más allá de las formas de la fe y al lado solar de la luna, por con– tradictorio que parezca. El mismo Unamuno pondera estos perdurables versos de Lord Ten– nyson, en «El Antiguo Sabio»: «The Ancient Sage»: que valdrían para ex– presar la mística hispana de la duda, la mística de la Vida es sueño, o desen- 555

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