BCCCAP00000000000000000000550
quis rescatan esta herencia de barcos y tesoros. En el afio 1622 el galeón espafiol «Nuestra Sefiora de Atocha» se hun– dió frente a los cayos floridanos. En 1977, tras seis afios de búsqueda, el norteamericano Mel Fisher dio con la embarcación, parte de esa otra Espafia submarina que yace en el fondo de tantos mares. Se suponía documentalmente que la nave portaba cuantiosas riquezas. Aunque la mina perdida del Holandés, los tesoros de Salomón y el botín enterrado de Bar– banegra puedan haber quedado en leyendas, los valores de la herencia espafiola son reales. Los suefios hispanos y yanquis se emparejaban una vez más. El navío fue caja de Pandora con su fortuna y su desgracia, pues se cobró las vidas del hijo y de la nuera de Mel Fisher, cornpafieros en la ex– ploración. Mel sigue buscando naves venidas de Oriente, que ahora habitan las profundidades del Caribe. En los islotes que terminan en Cayo Hueso, el punto más al sur de los Estados Unidos, uno puede figurarse situado en el filo del globo, en ab– soluta soledad, con el mínimo de vegetación y de playa. Cabe sentirse luz y agua del horizonte más sutil de nuestro planeta y escuchar el latido de bar– cos que moran en la paz de la aventura y de la fe. Es zona de búsqueda de tesoros. De vez en cuando corno en el caso del «Nuestra Sefiora de Atocha», la faena del buceador recibe su premio. El contenido del galeón se aprecia en unos cien millones de dólares. Había en él novecientos lingotes de plata, de sesenta libras cada uno; barras de oro de ventiún quilates y seis pulgadas y media cada una; monedas de plata, con la armas reales espafiolas; medallas de oro puro con la cruz de Jerualén; botones artísticos, cadenas de oro macizo, rosarios de coral. Y otros objetos, si valiosos por su materia noble, más aún por su reposo de siglos en la placidez de la mar y, ahora, en la del museo de Tallahasse, capital del Estado de la Florida. Me! Fisher, el arriesgado buscador de maravillas, reflexiona poetiza: El ver el fondo del océano alfombrado de monedas de oro es algo que no se olvida jamás. El tema bien merece un soneto Al galeón español «Nuestra Señora de Atocha» Coros de enamorados galeones gozan sus mares junto al Mar Caribe. Un edén marinero aquí pervive donde brillan medallas y doblones. Los ritmos de la mar Dios los escribe en el silencio de anclas y blasones, para que el sol, cuando de noche arribe, cure su luz entre algas y canciones. 553
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz