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Lo cierto es que en decenas de universidades norteamericanas, fun– ciona una especie de sociedad esotérica de facultados en Letras españoles que profesan devoción, servicio y amor a la «madre España». Sus emblemas son: dos leones, el del Cid y el de Don Quijote; y dos castillos, el pétreo de Castilla, y el interior y místico de la Doctora Santa Teresa de Jesús, de Avila. CARIBE ENTRAÑABLE Voces de allende el Atlántico nos dicen que España tiene ahora opor– tunidad de «volver» a sus antiguos pueblos, no como una madre, sino como una reserva de riqueza espiritual y cultura que asegure a las repúblicas americanas de «su hispanidad» frente a la cultura anglosajona. Pero decirlo así, parece pedir una necesidad de enfrentamiento todavía. Más bien deben reconocerse la coincidencia y continuidad simultáneas. A propósito del III Congreso Lation Americano de Escritores, celebrado en Caracas, Germán Arciniegas habla del «equívoco término latinoamericano», que, si aceptamos y seguimos como palabra conven– cional para salir del paso, contraría en el fondo la realidad de un ámbito que con mayor precisión designó Martí cuando se refirió a «nuestra América». No se olvide que Arciniegas es escritor especializado en temas del Caribe. Y aduce el caso del también escritor V.S. Naipaul quien, aunque escribe en in– glés, humanísticamente plantea problemas tan afines con los de la América que se expresa en español, que no se comprende por qué lo colocamos «fuera de nuestro club literario». Indica también que debe ser incluido Brasil, en el sentido expuesto. «Se habla demasiado del idioma castellano, cuando tenemos a la vista idiomas y combinaciones de lenguas como «el papiamento, el creole, el patois» y todas las combinaciones imaginables que provienen de los injertos africanos en el holandés, inglés, francés, castellano y otros. Termina abogando por la «independencia» literaria también, de Estados Unidos, de Rusia, de China, de Europa, de Francia y de la Madre Patria. Se trata de tomar conciencia de la propia dignidad; no servir in– tereses ajenos, cultivar los propios, recordando que tanto debemos acercar– nos a Brasil, como a Haití, a Trinidad, a Méjico, a la Argentina, a las Guayanas, para sacar la imagen de un mundo nuevo.» Entresaquemos de estas ideas de Arciniegas el reconocimiento de que el ser hispano se halla a flor de piel y de alma de cuantas razas y culturas pueblan los hemisferios e islas americanos, incluidas aquellas regiones donde no se hable el español, pero que han respirado y asimilado fuertes elementos de hispanidad, más importantes quizá para los nacidos en Iberia que para los moradores de esas tierras adentro o de las Antillas. Ni siquiera la lengua puede servir de frontera definitiva. Puede comprobarse esta realidad en la zona del Caribe, aunque por desgracia no es muy tenida en cuenta en esta dimensión españoleante. Los 551

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