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de Sur América, con más frecuencia y realismo que nosotros la, «gente hispana». Y tienen la percepción o el presentimiento de que hay algo diver– sificante entre esa gente hispana de sus hemisferios y «los españoles», esa otra gente hispana de España; «spanish from Spain». Observan y hacen constar, con más o menos fundamento y arbitrariedad, las intensidades de esos matices, tan naturalmente como perciben y ponen interés en resaltar las diferencias entre los anglosajones, los ingleses y los americanos de su hemisferio Norte. En el campo de la vida religiosa católica, por ejemplo, donde es más fácil fundir coincidencias de sangre, de sensibilidad y de estilo entre España y Suramérica, el católico yanqui palpa cutis y almas de identidad y per– sonalidad varia, aún aceptando la base esencial que se le impone. Isabel la Católica es su imagen de la España de las carabelas, de Colón y de las Américas, incluída la del Norte. Por algo en la exposición internacional de Nueva York, ante el recinto de la casa de España, la estatua de la Reina Católica fue la más requerida, casi a la par con «La Pietá» de Miguel Angel en el pabellón y santuario del Vaticano. ESPAÑA DE AQUI Y DE ALLA, Y OTRA ESPAÑA España va resultando una América del Sur, reciente, prometedora, que modestamente reajusta su realidad con fecundas humildades, como de anunciación y de incertidumbres democratizariles. Ello sucede por fuerza y gracia de los dos hemisferios americanos, el Sur y el Norte, donde perviven rejuvenecedoras Españas. Tenía que ser así. Fue demasiado el acervo de glorias y pesadumbres, de aventuras y empresas, de ensueños y desensueños para que ello quedara incólume para siempre. Se está haciendo una España fluída, que desborda la geografía ibérica y reviste e incorpora formas del orbe americano. Más sutilmente de como las Américas se hicieron par– cialmente hispanas, se está conformando una graciosa España americana, no por destino, por imperio, ni por blasón, sino más bien por conciencia y comunión presentes. A fuerza de ser tan «la Madre Patria» de las diversas y personalísimas Españas de las Indias Occidentales, del Atlántico y del Pacífico, había alcanzado la hispanidad la plenitud del enternecimiento y de la orondez materna en juegos florales, en nostalgias y apoteosis, a la vez que en leyen– das tenebrosas, y en misiones desarrollistas y turísticas. Todo ello elogiable, justo y relevante sin' duda. Pero la saturación iba haciéndose insostenible, sobre todo por los aires de la historia y las mareas del espíritu que llevan rumbos nuevos. Así como se comienza a silabear el nombre de «Amerindia» para significar el fondo indígena precolombino del Nuevo Mundo, habría que decir «Amerhispania)), para identificar de alguna manera esta otra España en proceso de americanización, que aún siendo constantes las metas hacia 549
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