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al Hombre que murió por redimirnos de la muerte fatídica del hombre; la Humanidad eterna ante los ojos nos presenta. Ojos también de carne, de sangre y de dolor son, y de vida! A la par de este Cristo, tan personal, «africano,» «tangerino» e hispánico, por contraste, pero dentro de su infinita realidad, campea el Cristo del norte-americano. Un Cristo crucificado por todos y para todos, ya redentor universal, variamente amado y venerado; propiedad alegre, controvertida y consoladora de todas las razas, gentes, folclores y sucedáneos de las artes, de místicas exóticas y añoranzas de patrias. Cerca de mil millones de humanos, comprometidos de alguna manera, perviven con el Crucificado. Además de los cristianos, también los judíos, los mahometanos, los controversistas y visionarics, los tranquilos escépticos que no alcanzan ni la razón pura ni la serenidad humanística, todos forman carne viva y color de un ecumenismo muy antiguo y, como siempre, lenta e implacablemente pacificador. De estas gentes surge una liturgia secularizada, arrumbada por oleadas de inmigrantes hacia una patria democrática, formada no sólo por tierras, historia y alma propia, sino más todavía por fidelidades dudosas a patrias remotas y resentidas que quedaron atrás. Sobre este mundo, de cristal y aluminio, pendería bien el Cristo de Dalí, mientras el Cristo de Velázquez se esfuma en su divinidad silente, inerme e inútil, en apariencia, para dejar campo al Cristo yanqui, que, a la vera del morro de Manhattan, a lo lejos se confunde con la estatua pretenciosa y fascinante de la Libertad. Pero sobre estas paráfrasis y variantes del Cristo, acaso ninguna como la gloriosa del mencionado Dante, la del Cristo eterno en la Cruz de su «Paradiso»; Aquí ingenio y memoria no se alían; pues tal en esa cruz flameaba Cristo que mis versos decirlo no podrían, mas quien carga su cruz y sigue a Cristo disculpará lo que omitió mi rima viendo en tal árbol centellear a Cristo. De brazo a brazo, y desde el pie a la cima, corrían luces, con fulgor brillando al juntarse o pararse por encima ... Así, de entre el fulgor que allí radiaba por la cruz melodía tal se extiende que, sin saber el himno, me extasiaba. En mayo del año 1977 el Papa Pablo VI y el Arzobispo de Canterbury firmaron una declaración conjunta en la que, tras lamentar «los cuatrocien- 53

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